Cuando leo cada cierto tiempo la declaratoria o la intención de una amnistía general fiscal, me pregunto si es justo ser un ciudadano respetuoso de las leyes y fiel cumplidor de las obligaciones tributarias. Si es justo que las empresas paguen puntualmente sus impuestos, porque tanto para unos como para los otros, la práctica frecuente de los gobiernos de perdonar la evasión pone a los delincuentes en ventaja sobre aquellos negados a ponerse al margen de la ley, no por temor a las represalias, porque no hay precedentes, sino por respeto a sí mismo.

Me pregunto si es correcta, y dónde está la lógica, de amnistías fiscales en momentos incluso, como ha sucedido, en que se busca una reforma cargada de nuevos impuestos que tienen ya al garete a toda la población y al borde de la quiebra a pequeñas y medianas empresas, que de antemano no saben qué hacer frente a las embestida impositivas. Y me enfado al saber que esas periódicas premiaciones de la evasión fiscal ensucian el esfuerzo por alcanzar niveles aceptables de transparencia y decencia en la administración pública, más allá de las promesas oficiales que al final no son más que odiosas letanías que hieren los oídos.

Saber que esas amnistías, infames maneras de acallar la resistencia a la decisión de poner a pagar al pueblo los desmanes de administraciones anteriores, de las cuales la posterior no es más que otra versión maquillada, invitan a una evasión a la espera de otro perdón fiscal, que vendrá cuando hagan falta nuevos impuestos para pagar la fiesta.

Y en medio de la reflexión me viene a la memoria el famoso fragmento de la zarzuela “Marina”, de Emilio Arrieta, que nos dice “ a beber, a beber y ahogar el grito del dolor”, con deseos de utilizar la melodía para aplatanar el texto con un nuevo libreto que diga “ a evadir, a evadir..,”, sintiendo que no tengamos a mano a un Alfredo Kraus que le dé sentido a ese “grito del dolor”.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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