“Tocando fondo”, el título de un libro mío que abarca un período breve pero muy intenso y reciente de la vida nacional. Muchos de los hechos que ocurrieron en ese interregno fugaz, el 2003, gravitan todavía en la marcha del país y lo seguirán haciendo por años.

Fue un año que acumuló una inmensa carga de sentimientos encontrados. Una extraña e impactante mezcla de esperanzas y frustraciones marcó la marcha del país y torcieron el rumbo por el cual se encaminaba. El propósito de ese libro no es hacer juicios de valor sobre los protagonistas de esos hechos. La recreación de sus actuaciones es más que suficiente para permitir las valoraciones que la nación se hizo ya y habrá de hacerse más adelante de ellos.

El 2003 puede verse como un año de frustración y en efecto el frío examen de las realidades vividas en ese lapso conduce irremediablemente a aceptarlo de ese modo. Creo, sin embargo, que de la profundidad de la crisis podríamos encontrar la esencia de todo aquello por lo que hemos luchado por espacio de tantos años. La visión cercana de la tragedia nos enseñó no sólo nuestras debilidades, de antemano perfectamente conocidas, sino el potencial de que disponemos para superar las grandes calamidades.

Lo que perfila a una nación, como a los individuos, no es lo que hace en circunstancias normales, sino lo que es capaz de hacer después que se cae. Levantarse de un tropiezo hace grande a una nación, no importa cuán pequeña sea en territorio y recursos naturales. No pretendo con ese libro que permanezcamos en el pasado, sino que aprendamos de él. Tenemos ante nosotros un reto inmenso.

La tarea del desarrollo implica la búsqueda de un lugar seguro en el futuro. Lugar que sólo podremos alcanzar con una comunión de esfuerzos y propósitos. El país no puede seguir dando tumbos y estar al cuidado de improvisaciones y ensayos de laboratorios.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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