Todo en la vida tiene un ciclo, como lo tienen los gobiernos y los liderazgos, hayan sido buenos o mediocres. Las elecciones del 2028 nos ofrecerán la oportunidad de confirmarlo. Si la tozudez de un liderazgo o la insensatez de los electores se resisten a esa realidad, el país podría entrar en barrena. Desafiar las leyes de la historia y de la naturaleza equivale a modificar el orden natural de la vida.
Los cambios en el mundo, las señales de una nueva guerra fría por la hegemonía mundial, exigen que los dominicanos se den la oportunidad de un nuevo relevo político, cualquiera sea el precio a pagar por ello. El progreso no se construye con los restos del fracaso o con visiones providenciales, basadas en mitologías de éxitos que los años han destruido.
El relevo al que me refiero no se relaciona necesariamente con edades o rostros nuevos, sino con concepciones modernas que permitan salir de las prisiones de sueños pasados que al contarlos y revivirlos se convierten en pesadillas. No tengo idea de cuántos jóvenes dominicanos ejercerán el voto por primera vez dentro de tres años, pero serán cientos de miles, probablemente hasta dos millones. De hecho el número sería irrelevante.
El caso es que muchas opciones empeñadas en reactivar el pasado, ocupaban ya posiciones relevantes en el escenario político nacional, cuando la mayoría, sino la totalidad de esos nuevos votantes, no habían nacido, o apenas emitían sus primeros sonidos en sus cunas. Esas mentalidades no han cambiado, porque siguen empeñadas en preservar la ilusión que de algunas de ellas se forjaron cuando les llegó el momento de ser pioneros de un relevo que el país reclamó, como debe exigir de nuevo. Opciones que en su momento constituyeron un salto que el transcurrir del tiempo ha dejado atrás.