El tema es apasionante y debería ser objeto de una amplia discusión en las redacciones, en las aulas de las escuelas de periodismo y plantearse incluso en futuras ferias del libro, si volvieran a realizarse. Una controversia alrededor del tema sería de sumo interés para el periodismo e incluso para la literatura.
Por lo general, algunos intelectuales muy bien dotados fracasan en el periodismo por entenderlo como un género literario y muchos más en el periodismo por intentar, sin la capacidad para ello, de hacer literatura.

En distintos foros y en mi columna de más de cuatro décadas ininterrumpidas en diarios nacionales, he sostenido que los periodistas no estamos totalmente exentos de la intolerancia que erosiona el clima de respeto a las opiniones ajenas que caracteriza el ejercicio democrático. Así como la prensa tiene absoluto derecho a formarse los juicios más severos sobre los líderes nacionales, en la misma medida éstos pueden forjarse los suyos con respecto a los medios y, en particular acerca de quiénes escribimos en ellos, sin excepción.

Esa incuestionable realidad no es comúnmente aceptada en los círculos periodísticos, ni por los que hacen periodismo y viven de la actividad, y por aquellos que frecuentemente son víctimas de lo que ya muchos llaman intolerancia mediática.

Si la crítica, a veces amarga, dura y sistemática, contribuye a recordarles a ciertos dirigentes sus limitaciones y el alcance de la prensa en una sociedad democrática, de igual manera los periódicos y los periodistas deben aceptar que ella se le aplica en lo que a las deficiencias de los analistas y el medio se refiere.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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