En las tertulias de intelectuales y en el discurso político es frecuente escuchar una frase que leí por primera vez en una edición en español, que a pesar de los años atesoro, de Romeo y Julieta, de William Shakespeare: “El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones”.
En el tercer acto de la obra, el autor la pone en labios de Mercucio, el íntimo de Romeo, de la familia Montesco, cuando aquél cae abatido en un lance con Tebaldo, pariente de la familia rival de los Capuletos. La escena ocurre luego de que Romeo evadiera batirse con su celoso rival al encontrarse en una plaza el día después en que conociera a Julieta en una fiesta de disfraces en el palacio de los Capuleto y ambos se confiesan su amor a primera vista. Romeo se arrodilla sobre su amigo y le pide perdón por haber intentado separarlos y evitar así una tragedia lo que aprovechó Tebaldo para herir de muerte a Mercucio. Entonces Romeo enfurece y mata de una estocada a Tebaldo y huye, agravando así la vieja rivalidad entre las dos familias lo que impide el romance entre los dos jóvenes, en un drama que concluye con la muerte de ambos.

El drama de Shakespeare escrito a finales del siglo XVI compone probablemente con Hamlet y Macbeth su más famosa trilogía, las cuales continúan leyéndose y montándose en los más famosos teatros del mundo y llevadas al cine con notable éxito. Es en el segundo acto, sin embargo, en el cual la irreconciliable enemistad de las dos familias, inspira uno de los versos más hermosos de amor imposible, cuando Julieta, en su balcón, se queja: “¡Qué importa un nombre si la que llamo rosa tendrá bajo otro nombre el mismo aroma!”

La obra está basada en un poema de Arthur Brooke y un drama del italiano Matteo Bandello. Frases e imágenes de otras obras inspiraron este conmovedor drama de Shakespeare, considerado como una de las más bellas y trágicas historias de amor de la literatura universal.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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