La creciente pasión por funcionarios “independientes” como pretendida salida a los problemas nacionales podría alentar la peregrina idea de llevarla a la Presidencia de la República. Y si se lograran los esfuerzos de independientes por tener éxito en la lucha contra la corrupción y los malos hábitos de nuestra práctica política en el gobierno, no habría porqué extrañarse si nos acercáramos al día en que grupos de “independientes” aboguen por la elección de un Presidente independiente. Todo depende, por supuesto, de cómo nos vaya. Si se diera la promesa desde una anhelada “independencia” de ir “con todo y contra todos”, sin importar que hayan sido presidentes, estaríamos sin duda en camino de superar el lastre de la corrupción y la impunidad que la hace posible.

El único problema consiste, y excusen mi incredulidad, en desentrañar la incógnita de qué realmente significa ser “independiente”. En política, la independencia necesariamente no nace de ser extraño a un partido político y la paradoja está fuera de duda. Los lazos de un independiente con grupos o fuerzas también independientes de partidos políticos, no son garantía de independencia y puede ser, por el contrario, el camino más expedito a una trampa de absoluta dependencia.

Todos los independientes tienen alguna suerte de dependencia y esa incuestionable realidad en el manejo de asuntos públicos sepultaría la responsabilidad de un gobierno de atender y proteger a los más débiles de las acciones e intereses de los más fuertes. Por eso, si algo enseña la historia, es que un gobierno envuelto en actividad empresarial puede ser tan dañino a la iniciativa privada, como darle a “independientes” un poder que los haría tan independientes que el país no podría depender de ellos. Esto no es un simple juego de palabras. Como suele decirse cuando de abogados se trata, entre “independientes” te vea.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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