Cuando reflexiono acerca de las diferencias entre nuestro país y Haití, dos naciones totalmente diferentes compartiendo una pequeña isla del Caribe, me pregunto cuál ha sido la causa que nos permitió superar las dificultades propias de nuestra pobreza cultural y material, y alcanzar el nivel de desarrollo que disfrutamos, y la razón por la cual el vecino Estado no ha podido superar las suyas.

La explicación en nuestro caso podría encontrarse en el siguiente retazo de viejas lecturas de Johann Wolfang von Goethe que me viene a la memoria: “A veces nuestro destino se parece a un árbol frutal en invierno: ¿quién pensará, ante su triste aspecto, que esas rígidas ramas reverdecerán en primavera?”

Lo cierto es que las ramas del árbol frutal que ha sido siempre nuestra nación, han sufrido desde antes incluso de su independencia los embates de fenómenos naturales, a lo cual podría agregarse la incomprensión que tantas veces nos dividió, para descender en un abismo insondable, imposible de vencer. Me refiero a ciclones, sequías, terremotos y sórdidas luchas políticas y revoluciones. Pero ese árbol reverdeció en tantas primaveras como sus ramas se quebraron. Y la única explicación que encuentro a ese fenómeno casi milagroso, es el fuerte e irrompible arraigo que los dominicanos sienten por su tierra.

Eso es probablemente lo que le ha faltado a Haití, donde nada se ha hecho para abonar el árbol que les daba frutos. El mayor de sus problemas no es de naturaleza material y cultural, sino su falta de compromiso. Porque su élite se resiste a pagar la deuda que todos los pueblos tienen con sus países. Deuda que los dominicanos hemos pagado con esfuerzo y denuedo, cada vez que nuestro árbol frutal perdió sus ramas.

Mientras los haitianos no abonen la tierra sobre la cual renacerá el árbol que dejaron morir, seguirán emigrando a lugares donde encontrar la oportunidad que les niega su tierra.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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