A propósito de los diferentes planteamientos que se escuchan sobre el tema migratorio, la tentativa de reducir el problema haitiano a una simple cuestión de derechos humanos o de discriminación racial, obvia uno de sus aspectos fundamentales. Me refiero al fortísimo impacto económico y social que el flujo creciente e incontrolable de esa inmigración ilegal causa al país, especialmente en estos tiempos de virus y de campaña política.

Y es que por mucho que se trate de ignorar existe real e incuestionablemente desde una óptica nacional lo que podría considerarse como un problema, cuya solución debe ser enfocada sin prejuicios ni acusaciones de xenofobia. No se trata de un problema de carácter esencialmente racial ni mucho menos fruto de un resentimiento histórico, como en algunas esferas políticas y académicas se pretende.

Es un asunto mucho más grave y delicado, relacionado con la forma en que esa inmigración desbordada se refleja en la economía, en las costumbres y en el propio equilibrio político nacional. La pobreza y la marginalidad descomunal que existe en el estado vecino no es fruto de su relación con nuestro país. Y la capacidad dominicana para asimilar parte de esa pobreza es limitada, dado que también la sufrimos aunque en menor medida. De modo que entender esa realidad no significa ser racista o antihaitiano.

Reducir la discusión y llevarla a tal simplicidad, no ayuda a encontrar una vía de solución aceptable para resolver el grave problema que implica una inmigración ilegal que tarde o temprano fracturará las relaciones bilaterales.

De manera pues que la tónica de la discusión debe ser objeto de una reflexión más objetiva y rechazar de encuentro las injustas imputaciones que nublan la discusión y alejan los entendimientos.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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