Los turcos hicieron también de Jerusalén un objetivo de su imperio entonces en crecimiento y en 1517 el sultán Sulimán la conquistó, construyendo elevadas murallas que aún se conservan, para protegerla de agresiones extranjeras.
Durante siglos, Jerusalén creció, languideció y volvió a resurgir de sus cenizas dentro de los estrechos espacios físicos que le imponían las murallas levantadas por uno y otro conquistador, y no fue hasta mediados del siglo XIX cuando se construyó el primer barrio fuera de la ciudad amurallada, con lo cual nació lo que hoy se conoce como Nueva Jerusalén y en la que, a raíz de la división surgida como consecuencia de la guerra de independencia de 1948, los israelíes establecieron su gobierno.

Los ingleses tomaron la ciudad en 1917 tras vencer a los turcos en la Primera Guerra Mundial, poniendo así fin a cuatro siglos de dominación otomana. Entonces Jerusalén pasó a ser la sede de la Administración Militar Británica que expiró el 14 de mayo de 1948 con la declaración del nacimiento del estado judío, decisión tomada al amparo de la resolución de las Naciones Unidas que había, meses antes, aprobado la partición de Palestina para la formación allí de dos estados independientes, uno judío y otro árabe palestino.

Con la destrucción del Segundo Templo, en el año 70 de la Era Cristiana, Jerusalén pasó a ser una ciudad profana bajo la égida romana, iniciándose la Diáspora que se prolongó hasta la proclamación oficial del nacimiento del moderno Israel, hace poco más de cinco décadas apenas. Tras la guerra de independencia, la ciudad quedó dividida. En poder de los judíos solo permaneció la parte nueva de Jerusalén. La Ciudad Vieja, con sus milenarias murallas y lugares santos, pasó a ser ocupada por Jordania. No fue hasta junio de 1967, cuando la ciudad fue reunificada e Israel estableció soberanía sobre toda ella, como resultado de la llamada Guerra de los Seis Días.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas