Cuando mi hija nació, en marzo de 1969, Joaquín Balaguer estaba en el tercer año de su tercera presidencia y la primera fruto de elecciones directas. Dos décadas y media más tarde en 1995 el líder reformista seguía al frente del gobierno mientras ella terminaba su maestría en una universidad estadounidense. Su primera hija nació tres años después y Balaguer era de nuevo candidato a la presidencia después de haber ejercido el poder por 22 años, con un interregno de apenas ocho. Cuando murió, a la edad de 96 años, totalmente ciego, era todavía candidato presidencial y líder inobjetable de su partido.

En 1996, Leonel Fernández asumió la presidencia y 16 años después seguía ejerciendo el cargo. Todavía, a pesar de las transformaciones que hemos experimentado, mantiene la intención de intentar un regreso en el 2024, como ya lo hiciera sin éxito el año pasado, a pesar de haberlo ejercido por doce largos años, es decir tres periodos, con sólo uno de la oposición entre el 2000 y el 2004.

Desde 1966, dos hombres han estado así al frente del gobierno por 34 años. Sumemos a esto los 31 en que Trujillo mantuvo un férreo control de la vida nacional a partir de 1930 y tendremos una idea de la causa real de muchos de nuestros males políticos, económicos y sociales. Esta simple revisión de la realidad nacional invita a una profunda reflexión sobre las causas de nuestro rezago democrático.

Todo me hace pensar que en este mundo virtual, en el que muchas veces vivimos, nuestro país no gira alrededor del sol ni sus ríos desembocan en el mar, lo cual explicaría porque muchos de ellos se han secado, al igual que la esperanza para cientos de miles de ciudadanos. No hay necesidad, pues, de romperse la cabeza para entender la cruda realidad que hemos vivido en las últimas nueve décadas.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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