Al entrar en un año preelectoral de pronósticos intensos, una de las prácticas que debemos superar es la de atiborrar la geografía nacional con vallas, letreros y afiches promocionales de los candidatos, que afean las ciudades y carreteras y crean contaminación visual, y en muchos casos un peligro para los conductores, cuando esa promoción oculta señales de tránsito. La tradición ha sido que finalizada cada campaña ningún partido se ocupa ni se preocupa de cumplir con la obligación no escrita de limpiar las áreas que han embadurnado con su propaganda, para facilitar por lo menos el necesario tránsito hacia la normalidad.

En muchos países la difusión de este tipo de publicidad está muy controlada y la violación de las normas se paga a veces con la anulación de candidaturas o fuertes penalidades económicas. Ese control determina los lugares donde se permite el despliegue de material promocional incluido su volumen. También establece plazos para el retiro y el incumplimiento de la norma implica sanciones para aquellas autoridades responsables de hacerlas cumplir.

Nada de eso se observa en nuestro país, donde los partidos abusan de esa debilidad institucional y no se sienten obligados a respetar el entorno físico de aquellos a quienes cortejan por sus votos. Tras la campaña anterior escuché decir que algunas autoridades municipales habían ordenado a sus equipos el retiro de su publicidad promocional y algunos ciudadanos nos hemos quedado a la espera de que alguien asuma todavía esa tarea. Y digo algunos porque está muy claro que a muchos poco importa tal vez que las paredes, los parques y los postes del tendido eléctrico de los sectores donde residen estén repletos de promoción electoral que el viento, la lluvia y el sol deterioran, afeando el ambiente en el que crecen sus hijos y nietos.

Quiérase o no, llegará un día en que la forma de hacer política será distinta.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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