La tendencia a festinar los temas es propia del debate nacional. Ejemplo de ello es la llamada “ideología de género”, respecto a la cual se hace necesaria una discusión más serena y objetiva.
Imagínense que una tarde, al regreso de la escuela, un hijo de seis u ocho años les diga a sus padres que su nombre no es Juan, sino Verónica, o al revés si se tratara de una niña, porque el profesor les enseña que la identidad sexual no proviene de las características biológicas con que se nace. Según esa “ideología”, la condición de hembra o varón es el fruto de la cultura, de una tradición que no es más que el resultado de un contrato social, de la que proviene la raíz de la desigualdad de género que la ideología pretende superar.

No es imaginación. Eso ya ocurre en España y en otros países europeos. En Madrid, no hace mucho, la Alcaldía de la comunidad se incautó y prohibió la circulación de un autobús por un letrero que rezaba: “Las niñas tienen vagina y los niños tienen pene”, porque ofendía a los promotores de esa ideología y protectores de los colectivos LGTB, para quienes lo correcto es que también “las niñas tienen penes y los niños vagina”.

Si se impone la educación sexual, el Estado debe velar por su contenido y, más aún, por la experiencia científica de que quienes tienen o tendrían bajo su responsabilidad impartirla. Ponerla en manos de personas sin conocimiento certificado en la materia, sería catastrófico para la formación de los niños y la sociedad del futuro. La preferencia sexual es un derecho reconocido en casi todo el mundo. Pero es inaceptable el intento de imponer la homosexualidad a través de una “ideología” carente de base científica. El tema debe ser objeto de una discusión seria, no reducirla a epítetos descalificadores como homofóbico y racista, como ocurre en el tratamiento del tema de la inmigración ilegal haitiana. Y llevarla a un nivel en el que la ciencia se imponga.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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