La problemática haitiana ha adquirido un renovado y coyuntural interés mediático en nuestro país, que pudiera extenderse a la región de Latinoamérica ante la confluencia de una serie de factores que se están conjugando, los cuales tendrían un efecto catalizador en el auge de la migración irregular de los ciudadanos del empobrecido país hacia diferentes latitudes, con el suficiente potencial de generar cambios en el discurso político y social reivindicativo, hasta reorientar la agenda de temas que hasta ahora marcan la dinámica interna y regional. Sobre el particular, procedemos con una relación de eventos que sustentan este argumento.

En Haití el panorama político electoral se encuentra en una etapa de indefinición. El Consejo Presidencial de Transición es una entelequia que por sus limitaciones no ha sido capaz de establecer un calendario electoral para escoger democráticamente al Presidente y el Parlamento, este último encargado de la selección del primer ministro y otros altos cargos, pero tampoco ha logrado abordar los problemas más perentorios que inciden en las condiciones de vida de las grandes mayorías.

El Consejo ha enfrentado deserciones y problemas de cohesión interna, porque quienes lo integran han tratado de cohabitar a pesar de responder a sectores políticos y económicos que han sabido beneficiarse de la situación calamitosa que enfrenta el país.

A este lúgubre escenario se suma el statu quo impuesto por las bandas criminales, cuyos integrantes exhiben envalentonados y sin ningún temor su arsenal armamentista a través de las redes sociales, con el que han impuesto la violencia, la extorsión y el sabotaje de los servicios básicos hasta tener el control total de barriadas y comunidades, provocando desplazamiento interno y la desestabilización. Es un estado de caos que la Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad liderada por Kenia no ha podido remediar, porque carece de la cantidad suficiente de miembros y de la logística para dar una cobertura nacional; a la fecha contabiliza dos bajas.

El radio de acción de las bandas criminales, su discurso, su letalidad y capacidad armamentista enrostrada en plataformas sociales confirma la denuncia de autoridades estadounidenses, mecanismos y medios de prensa internacionales sobre el trasiego ilícito de estos dispositivos, porque Haití tiene suspendida la importación de armas.

La inseguridad alimentaria es otro factor a tener presente. La industria alimentaria está poco desarrollada y por tanto Haití depende de naciones como la República Dominicana, a la que coyunturalmente presiona mediante un discurso nacionalista tiznado de victimización, para luego proceder con la interdicción de productos que suplen la demanda interna. En última instancia, la decisión de las autoridades haitianas estuvo orientada a la suspensión de toda mercancía extranjera que llega a través de la frontera dominicana desde el pasado lunes 7 de abril.

Es una seguridad alimentaria comprometida, por los problemas críticos que tiene de depredación del medioambiente, que hacen a Haití más vulnerable a los efectos del cambio climático y a los fenómenos naturales, este último aspecto debido a sus características propias de un territorio insular, que además tiene fallas tectónicas.

A todo esto se añade la situación sanitaria, que siempre reviste de complejidad por las debilidades en la prevención, vigilancia y abordaje oportuno de las enfermedades de fácil contagio, que nefastamente se conjugan con el hacinamiento y las dificultades para el acceso al agua potable. Actualmente, el sarampión es una amenaza en Las Américas por los brotes que se han registrado en diferentes países; el programa de vacunación en Haití está colapsado.

Esta dramática situación se tornaría mucho más compleja si se concreta la deportación de 500 nacionales haitianos desde los Estados Unidos en los próximos meses, tras la decisión del presidente de ese país, Donald Trump, de suspender la extensión del programa de Estatus de Protección Temporal (TPS, por sus siglas en inglés). ¿A dónde irán? Es poco probable que permanezcan confinados a la miseria cuando tienen un país vecino que ofrece más oportunidades, además de que cuentan con la experiencia previa de haber vivido mejor.

Ante un escenario tan complejo, ¿Cuál ha sido el papel de la comunidad internacional? El estado actual de las cosas se mantiene por su inacción, al priorizar otra agenda, porque en términos de sus intereses particulares Haití poco representa. Al dejar fluir lo que sucede, garantiza la permanencia de la situación de crisis, que es lo que termina fomentando la migración en cualquiera de sus manifestaciones.

En tal sentido, reconocemos la importancia de las 15 medidas anunciadas por el presidente Luis Abinader en su discurso del domingo 6 del mes en curso, pero ante la dureza de la situación en el vecino país, mantener sus habitantes confinados en el territorio me luce difícil.

¿Estamos preparados para una ola migratoria masiva? Ningún Estado lo está, más cuando la misma es desbordante y no planificada. República Dominicana continuará siendo el epicentro de este éxodo. El caso haitiano, que tradicionalmente lo abordamos desde la conveniencia coyuntural, debe ser tratado, particularmente en este momento, con prudencia y una visión integral del impacto de nuestros intereses nacionales.

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