Luis Córdova
Especial para elCaribe

Los medios de comunicación dominicanos han perfeccionado un arte singular: el de convertir los problemas nacionales en fuegos artificiales. Brillan, estallan, deslumbran por un instante y, de repente, se desvanecen en la penumbra, sin dejar más que un leve olor a pólvora y la promesa de un próximo espectáculo. Este fenómeno, que los académicos han bautizado con el eufemístico nombre de “democracia de audiencia”, no es otra cosa que la tiranía del titular, el reinado de la inmediatez y la abdicación colectiva frente a la responsabilidad de resolver.

El politólogo francés Bernard Manin, la describe como un sistema donde los medios no son solo transmisores de información, sino árbitros de la atención pública, moldeando la narrativa según los caprichos de la audiencia. Se perfecciona cuando quien dirige reacciona, es decir, sus prioridades de dirección se centran en responder las “demandas” más que seguir sus propias estrategias.

Temas nacionales como corrupción, inseguridad, educación, migración son tratados como mercancías perecederas: se exhiben en la vitrina de los titulares, se debaten con fervor en programas de radio, televisión y plataformas digitales, se viralizan en redes sociales y, al cabo de unos días, son reemplazados por el próximo. ¿Resoluciones? ¿Soluciones? Esas no venden clics ni anuncios, aunque se tomen medidas, se promocionen acuerdos o en buena medida se subsanen no se colocan a la altura de la demanda que las hicieron tendencia.

Tomemos, por ejemplo, el caso de la corrupción, ese eterno protagonista de la tragicomedia nacional. Cada cierto tiempo, un nuevo caso estalla en los titulares: un funcionario señalado, un contrato sospechoso, una auditoría que promete ser “definitiva” y un proceso que empieza siendo “blindado” y promete llegar, “caiga quien caiga”, hasta las “últimas consecuencias”. Los medios se lanzan con una furia, los panelistas de los programas matutinos alzan la voz, los editoriales destilan indignación y las redes sociales se convierten en un tribunal improvisado. Pero, ¿qué sucede después? Nada. El tema pierde fuelle, la audiencia se cansa, y los medios, obedientes a la lógica del mercado, pasan a la siguiente noticia. El caso queda en el limbo de la impunidad y la sociedad en la amnesia habitual. Así, la corrupción no es un problema por resolver, sino un producto a consumir.

La inseguridad ciudadana, otro de nuestros males endémicos, sigue el mismo guion. Un asalto particularmente violento o un crimen altamente mediático dispara las alarmas: los noticiarios muestran imágenes crudas, los titulares claman por justicia, y los políticos prometen mano dura. Pero en pocos días, el tema es desplazado por un evento deportivo, una controversia política o el último chisme de las farándulas (la del espectáculo y la política).

Lo mismo ocurre con la educación, la salud, la migración haitiana o el cambio climático: las políticas públicas, si es que alguna vez se plantearon, se diluyen en la burocracia.

Eso explica que la cumbre del presidente y los exmandatarios fuera por diez minutos, me refiero a la que pasaron solos, al que vimos como metidos en una pecera a los cuatro tras el cristal que le dotaba de absoluta discreción a lo que hablaban, y nos convertía en traductores de ademanes, rostros y lenguaje corporal. Fueron diez minutos, las tres horas restantes fueron entre equipos para reiterar, en principio, lo que todos habían visto en la prensa.

También lo explica que quitar bocinas sea un tema nacional sin que nadie arguya el “derecho al teteo” como antes en tiempos de pandemia. Igual que el tema del aborto y las tres causales, pasó de dividir las mejores familias al más oscuro ostracismo.

En la “democracia de audiencia”, el público no es un actor pasivo, sino un cómplice activo. Nuestra voracidad por lo inmediato, nuestra alergia al análisis profundo y nuestra tendencia a indignarnos selectivamente alimentan el ciclo.

Mientras tanto, la puesta en escena sigue. Los medios preparan el próximo titular, la audiencia espera el próximo escándalo, y los que gobiernan esperan que les sirvan los problemas que, como fantasmas, aguardan su turno para reaparecer. Seguimos siendo los espectadores del teatro sin fin de la política dominicana.

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