La discriminación constituye un trato diferente y de carácter perjudicial contra una persona en razón de su sexo, raza, condición social, convicciones o preferencias (políticas o religiosas). Por siglos, la historia ha mostrado las luchas que han enfrentado los negros, las mujeres, los desposeídos y aquellos que por su nacionalidad, origen o ideología han sido vejados y tratados con desprecio, solo por ser una minoría desvalida. Esa práctica se ha convertido en un comportamiento cotidiano en que se subestima al otro sin merecerlo. Nadie tiene duda de cuándo haberla sufrido, pero ¿en realidad podemos reconocer cuándo ocurre la situación inversa? Porque…

Resulta excluyente el padre que tiene un trato distinto con el hijo al que le exige más, mientras al otro se lo justifica todo, porque alegadamente siempre ha sido diferente a los demás; relega el empleador que sobrecarga al trabajador con mejor desempeño frente al de menos rendimiento para asignarle mayores encomiendas, aunque ganen el mismo sueldo; segrega el profesor que presiona al estudiante brillante y aplicado porque puede alcanzar un nivel superior, aunque le tolere todo tipo de falencia al deficiente porque algún día aprenderá y de ese se encargará la vida. El Estado que reclama al contribuyente puntual y al violador de las reglas le da múltiples oportunidades, está marginando; la autoridad que detiene y multa al que tiene sus papeles en orden por la más mínima inobservancia y deja pasar al que transita en un vehículo destartalado -sin placa ni espejo retrovisor- bajo el pretexto de que está buscándose la vida, está maltratando a uno en detrimento del otro.

Castiga el tribunal cuando es benévolo con el humilde ciudadano porque es un pobre padre de familia que no ha tenido oportunidades de un profesional destacado, pero con este último es implacable para aplicarle todo el peso de la ley, sin contemplaciones, y para dar ejemplo entre sus pares de que está obligado a cumplir con el ordenamiento establecido.

El jurista romano Ulpiano expresó que “justicia es la perpetua y constante voluntad de dar a cada uno su propio derecho”, por lo que ser justo es otorgar a cada cual lo que le corresponde en igualdad de condiciones, no por una falsa clemencia de preferir al que ha puesto el menor esfuerzo frente a la notable diligencia exhibida por el otro. Es cuestionable sancionar al perfeccionista por ser como es, para darle un premio selectivo a quien no lo merece, aplicando aquello de que todos somos iguales, pero algunos lo son más que otros. Sin duda, esa es la más grave de las discriminaciones y la más pecaminosa de las injusticias: tolerar el comportamiento medianamente aceptable y menospreciar el óptimo, lo que solo puede concebirse en un mundo al revés.

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