La fatídica guerra que se libra en territorio ucraniano tiene repercusiones en múltiples frentes: las lamentables pérdidas de vidas humanas; la interrupción de la recuperación de la economía mundial y el incremento de la inflación; el fin del pacifismo europeo y el inicio de una nueva carrera armamentística a escala global; el impulso a una reestructuración geopolítica y geoeconómica; y la crisis de la globalización.
El impacto de este conflicto bélico en la globalización se ha convertido en una de las secuelas de esta guerra que más preocupa a los gobiernos, empresas y analistas internacionales.
Un ejemplo de la preocupación que este tema está suscitando, es la referencia sobre el fin de la globalización que ha hecho Larry Fink, presidente de BlackRock, la mayor gestora de fondos a escala global, en su carta anual a los inversionistas.

En esa misiva en la que se refería a la salida de capitales de Rusia debido a aplicación de las sanciones económicas contra Rusia, Fink dijo que: “la invasión rusa de Ucrania ha puesto fin a la globalización que habíamos experimentado en las últimas tres décadas”.

Asimismo, Paul Krugman, premio nobel de economía, en un artículo de opinión publicado en The New York Times, va más lejos y plantea que podríamos estar frente a un momento similar al que puso fin a la primera ola de globalización: “hay buenas razones para preocuparse de que estemos viendo una repetición económica de 1914, el año que terminó con lo que algunos economistas llaman la primera ola de globalización, una gran expansión del comercio mundial que fue posible gracias a los ferrocarriles, los barcos de vapor y los cables telegráficos”.

El laureado economista concluye diciendo que “…Desafortunadamente, estamos volviendo a aprender las lecciones de la Primera Guerra Mundial: los beneficios de la globalización siempre están en riesgo por la amenaza de guerra y los caprichos de los dictadores”.

En este sentido, surge la inquietud acerca de: ¿Cómo hemos llegado a una situación tan dramática en la que se plantea el fin de la globalización?

El descontento con la globalización

La repuesta a la pregunta de cómo hemos llegado al momento en el que se proclame el fin de la de globalización, pasa por entender la evolución que hemos tenido desde la hiperglobalización que se produce desde mediados del 1980, se profundiza a partir de la caída del muro de Berlín en el 1989 y hasta la gran recesión del 2008 cuando inicia su declive.

A partir de la gran recesión del 2008, se agudizó el descontento con la globalización provocando protestas, movilización social y ocasionando un tsunami político que se llevó a todos los gobiernos de turno en Europa (con la excepción de Merkel en Alemania) e impulsó movimientos como los indignados en Madrid, promovió la salida de Reino Unido de la Unión Europea, facilitó la llegada al poder de líderes populistas como Donald Trump en Estados Unidos, de Jair Bolsonaro en Brasil y de Andrés López Obrador en México entre otros.

Sin embargo, cuando se pensaba que el malestar de la globalización provocado por la gran recesión había sido superado nos sorprendió la pandemia del COVID 19. Esta situación, nos recordó la facilidad con la que la interconexión e interdependencia económica convierten a un problema de salud local surgido en una pequeña provincia de China en una enfermedad global con graves consecuencias socioeconómicas.

Paradójicamente, el COVID 19 nos demostró también una de las bondades de la globalización ya que la producción de vacunas, en tiempo récord, ha sido posible gracias a una cadena global de intercambios de información, insumos, recursos y tecnologías.

En este contexto, se produce la invasión de Rusia a Ucrania que tiene repercusiones inmediatas en el comercio internacional debido a que ambos países son productores de granos, de productos esenciales en la alimentación y de materias primas para la construcción. Según los datos de JP Morgan, ambos países representan el 29% de las exportaciones globales de trigo y el 19% de las exportaciones de maíz. En el caso del aceite de girasol, Ucrania es el mayor productor mundial y Rusia el segundo, representando ambos el 60% de la producción mundial.

Igualmente, Rusia es un proveedor estratégico de energía: gas, petróleo y carbón. Rusia es el tercer mayor productor de petróleo del mundo y provee el 40% del gas que consume Europa.

La inestabilidad que ha generado el conflicto bélico sumado a las sanciones económicas que buscan aislar internacionalmente a Rusia, han agudizado la necesidad de los países de reducir su interdependencia económica y fomentado la búsqueda de la independencia industrial y energética. En consecuencia, se ha ido gestando una suerte desglobalización.

En definitiva, este conflicto bélico juntamente con diversos factores ha colocado la globalización en un punto de inflexión. Ahora nos queda esperar y no perder de vista que de la crisis surgen las oportunidades.

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