Los líderes y gobernantes de países pequeños tienen la inescapable responsabilidad de ser realistas. Es decir, tienen la obligación de calcular hasta donde pueden tensar la cuerda en sus relaciones con países más grandes y poderosos, sin desatar consecuencias que finalmente perjudiquen los intereses de sus propios pueblos. Para algunos nuestro planteamiento parecería reaccionario. De hecho, lo que decimos es contrario a lo que escuchábamos durante nuestra juventud, en el apogeo de la revolución cubana, cuando se invitaba a los jóvenes a ponerse del lado de David, en su desafío a Goliath, el imperialismo norteamericano.
En aquel momento estaba muy de moda leerse un panfleto escrito por Lenin, titulado “El imperialismo, fase superior del capitalismo”. El libro de Lenin es una obra paradójica, plagada de ideología. Además, el argumento resulta difícil de aceptar de parte de un exponente que era ciudadano de un país que controla un territorio de 17.1 millones de kilómetros cuadrados, donde habitan pueblos de diferentes costumbres, creencias y lenguas. Semejante imperio se formó bajo los zares, que presidían una sociedad pre capitalista, sustentada en instituciones anacrónicas, que fueron radicalmente modificadas luego de la revolución de 1917. No obstante, ninguno de los nuevos líderes revolucionarios se planteó devolver, aunque fuera parcialmente, los territorios anexados por los zares.

Estas consideraciones tienen su origen en las recientes declaraciones del tercer hombre más poderoso de la China Popular, Yang Jiezchi: “China es un país grande y otros países son países pequeños, y esto es simplemente un hecho”. El Sr. Yang Jiezchi es un producto de la revolución china, pues nació en 1950. Algunos estudiosos lo consideran como uno de los principales arquitectos contemporáneos de la política exterior de China.

Estas declaraciones ponen de relieve que en pleno siglo XXI el sistema de derecho internacional no garantiza plenamente normas de conducta que regulen las relaciones entre países de poderes tan dispares. Las declaraciones del presidente Zelensky de Ucrania que incorporaría su país a la Unión Europea y la OTAN lo ha llevado a un enfrentamiento, que le ha costado a su país la perdida de la península de Crimea y de territorios localizados al este del país y colindantes con Rusia. Y lo que es peor, existe la preocupación en las cancillerías de los países Occidentales que nuevos territorios podrían ser anexados para crear un corredor que conecte a los ya ocupados. Creemos que al presidente Zelensky le faltó realismo, al proponer llevar la OTAN a las fronteras de su principal adversario. Si bien los países occidentales le han facilitado recursos militares y económicos importantes, Occidente no tiene el menor apetito en participar en un enfrentamiento semejante. Es decir, el presidente ucraniano se ha quedado solo. Una posición muy incómoda, por no decir imposible.

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