Pareciera el estilo exagerado de las novelas de García Márquez, pero ocurrió así. Sería 1954 o 1955 y tendría 10 u once años de edad, cuando viviendo en Ciudad Nueva, mi barrio de infancia, jugaba dentro, cerca de la puerta de la casa. Escuché la algarabía de los amiguitos y al salir, pasaba frente a mi casa un corpulento elefante. Terrible espanto y sorpresa ver aquel animal africano en las calles de Santo Domingo. Había llegado desde Puerto Rico en una goleta de las de Tatá Monclús y formaba parte del Circo Brasil, previamente anunciado con bombos y platillos para una ciudadanía ávida de asuntos que rompieran la monotonía organizada de la dictadura. El grupo de niños caminábamos detrás del enorme paquidermo, sin percatarnos de que nos alejábamos de nuestras casas, descalzos. Disfruto el andar sin zapatos en contacto con la naturaleza, pero ya con la debilidad de los pies acostumbrados al calzado. Llegamos hasta el Parque Independencia y frente a la Bomba de gasolina de la esquina 16 de agosto, fui agarrado por un bracito, con fuerza y rudeza, por un policía, que me llevó de manera forzada hasta una guagua cerrada, de la PN, Chevrolet de las entonces llamadas Tubo, sin puerta trasera. Un grupo de niños habíamos sido apresados en un “operativo” para llevarse presos al Palacio de la PN, a los descalzos. ¡¡¡Orden superior!!! Recorrimos algunas calles y se estacionaron en el Mercado Modelo, de la Avenida Mella. Asustado, desconcertado y sin avisar a mi casa, metió la cabeza por la parte trasera, Doña Prudencia de Rivas, madre de Nandy Rivas, artífice de los clásicos anuncios de Barceló y me cuestionó que pasaba conmigo. En llanto le dije que me llevaron preso por andar descalzo. Me dio seguridad el verla y sabía que la noticia correría hasta mi casa y confié en la reacción de mi madre y mi padre, que, aunque en el trabajo, algo haría. Me llevaron al Palacio de la PN y hasta un departamento adonde trate de explicar frente a un Tte. que me gritó: “Cállese, coño, que uté no e má que un civil” amenazando con meterme a un cuarto y darme una pela. No sé qué tiempo trascurrió, sentado en un banco colectivo, de madera, bajo amenazas y terror, siendo apenas una criatura. Mi madre, persona pacífica y muy calmada, apareció en la oficina con un par de zapatos negros míos, con descomunal indignación, encrespando al Tte con una expresión de: “con tantos ladrones que hay sueltos y ustedes dedicándose a hacer presos criaturas”. Con decisión me tomó de brazo y me llevaba sin más explicación cuando le dije que Maroteo (del que nunca he sabido su nombre real) mi compañero de aventura, también estaba preso. Dijo; “me lo llevo también, aunque sea sin zapatos” Ya protegido por la actitud de una madre enfurecida, bajamos las escalinatas hasta un carro público que nos esperaba, “fletado” por ella. Trujillo instaló una fábrica de zapatos y quería obligar a la gente, con truculencia, a comprar zapatos.

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