Dice el libro del Génesis que cuando Dios creó los cielos y la tierra, como todo era confusión y tinieblas, hizo la luz y luego, el sexto día, al hombre y a la mujer. Ambos quedaron en el jardín en donde todo estaba permitido, salvo probar la fruta del árbol prohibido. He aquí cómo en las antiguas escrituras nace el primer derecho fundamental, el de la libertad de elección, también conocido como el libre albedrío.
Entonces, aunque desde tiempos inmemoriales muchos culpen a Eva o a la serpiente, fue Adán quien decidió, sin coacción alguna, caer en la tentación, que les valió su expulsión del paraíso. Una buena muestra de que toda acción conduce a una reacción.
La advertencia hecha a los primeros ocupantes del planeta resulta elocuente por exhortarles a que pudieran tomar sus propias decisiones y de entre ellas, optar por la que consideraran más conveniente. Entre las posibilidades disponibles, no parece ser casual que los hicieran responsables de su desobediencia y es sobre esa base que actualmente se cimientan los derechos, frente al Estado y entre los mismos individuos para una sana convivencia. El que lo hace, debe pagar por ello y no hay crimen sin castigo.
El “free will”, como le llaman los norteamericanos, es asumir una postura entre la disyuntiva de muchas otras, pero, a sabiendas de que se derivarán resultados específicos, agradables o no que, al final, responden a la elección realizada. No se es delincuente por el entorno, las malas compañías o la deficiente educación familiar (aunque influyan), sino porque, en lugar de encausarse, se prefirió la vía expedita y más fácil. Una buena familia no es un caso fortuito, si se supo colocarla como prioridad entre otras distracciones existenciales y egocéntricas de satisfacción personal.
El diccionario (RAE) define la libertad como la “facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”. Siempre habrá una reflexión justo donde los caminos se bifurcan para emprender una dirección y desechar la otra; para preferir el bien que causar daño; para ser empático, antes que desconsiderado y déspota.
No hacer nada y permanecer inerte ante una situación determinada, ya es en sí misma una resolución. El rumbo a seguir es de cada quien, hasta ser la víctima o convertirse en tirano es un dictamen personal, ser eficiente o negligente, empoderado o conformista; violento o pacifista, transparente u opaco, honrado o deshonesto; dilapidador u organizado. Y es que, desde los albores de la humanidad, se nos hizo libres de nuestras decisiones, pero también, esclavos de sus consecuencias.