¡Ah, las relaciones humanas… cuánto nos pueden enseñar! Especialmente en la madurez, cuando hemos vivido ya nuestras historias y las cicatrices nos han dado lecciones.
Ahora bien, ¿qué significa eso de la “madurez afectiva” de la que tanto se habla?
Déjame contarte lo que he aprendido a lo largo de los años, porque sí, hay muchas capas que descifrar en eso de las emociones y el amor.
¿Qué es la madurez emocional?
No es solo aguantarse las lágrimas o no explotar de ira. La madurez emocional es saber qué sientes, gestionarlo sin dramas y, lo más importante: tener empatía por lo que el otro siente.
Se trata de poner freno a los impulsos, reflexionar antes de hablar y evitar esas explosiones que tantas veces nos pasan factura.
Ahora, la madurez afectiva, por otro lado, es llevar esta inteligencia emocional a las relaciones. Ser capaz de sostener una relación sin perder el control en cada subida o bajada emocional. No es que no sientas, pero puedes manejarlo sin que afecte la calidad del vínculo. Porque, ¿quién no ha tenido alguna relación arruinada por un mal día o por un comentario desafortunado?
Por otro lado, la disponibilidad emocional se trata de estar presente
No hay nada más frustrante que estar con alguien físicamente, pero emocionalmente sentir que no está. La disponibilidad afectiva significa estar realmente ahí, entregarte emocionalmente, sin reservas, sin escudos. No se trata solo de dar amor, sino de estar dispuesto a recibirlo y afrontar los desafíos juntos.
Es fácil distanciarse cuando las cosas se ponen complicadas. Pero una persona emocionalmente disponible se queda, no huye. Se enfrenta al conflicto, se muestra vulnerable y sigue adelante, porque entiende que solo así se construyen relaciones profundas.
También es necesario conectar. Aquí no estoy hablando de atracción superficial o de compartir gustos musicales. La conexión emocional es cuando dos personas se entienden, más allá de lo que aparentan. Esta conexión requiere tiempo, paciencia, y sí, vulnerabilidad.
Ser vulnerable no es mostrar debilidad, es más bien ser lo suficientemente fuerte como para abrirse. Decir: “Esto es lo que soy, con mis heridas, mis defectos y mis sueños”.
La verdadera intimidad, la que dura, no puede construirse sobre paredes, sino sobre corazones abiertos.
Un obstáculo a todo lo que mencioné antes, podría ser el miedo al compromiso… ¡Cuántas veces lo habremos oído! No es que debamos lanzarnos al vacío sin pensar, claro que no.
Es estar dispuesto a invertir energía emocional.
En resumen, la madurez afectiva es estar dispuesto a crecer con el otro, a caminar juntos en este viaje complicado pero maravilloso que es el amor.
Sin prisas, pero sin pausas.