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La semana pasada, escribí sobre la violencia y la incapacidad de las autoridades para detenerla.
En ese escrito del pasado día seis, también hacía referencia a la complicidad entre los delincuentes y aquellos que están llamados a enfrentarla.

Enumeraba en ese artículo algunas causas que han contribuido a evitar solucionar este problema de años, que se agudiza y se perfecciona con el paso del tiempo.

Quizás, solo pensamos en la ola de crímenes, asaltos, robos a mano armada, la inseguridad ciudadana y el desencanto de la población que ya ha perdido la fe y la esperanza de que esto algún día pueda cambiar, pero existe otra violencia que es más desgarradora.

Nos referiremos a aquella que convierte a dos o más personas cercanas, entrañables, en víctima y victimario, en acusado y querellante, en abusado y abusador.

Ese día, el pasado lunes, cerca del mediodía, dos amigos de siempre, de esos que la vida y los años van convirtiendo en hermanos, por razones que nadie puede entender por más que se lo expliquen, terminaron convertidos, uno en la víctima y el otro en el victimario.

Creo que la mayoría sabe que nos referiremos al asesinato, en su despacho del Ministerio de Medio Ambiente, de Orlando Jorge Mera.

Una muerte que entristeció a todo el país, más allá de la indignación y repudio que genera un hecho como este, por el ser humano que fue Jorge Mera, una persona de paz, conciliadora, con trato caballeroso y que dejaba en evidencia la esmerada educación recibida en el seno familiar.

A Orlando Jorge Mera lo entrevisté en mis inicios en el periodismo. En ese momento, él seguía siendo el hijo del expresidente Salvador Jorge Blanco, aunque se encontraba al frente del Instituto Dominicano de las Telecomunicaciones (Indotel). Desde esa conversación y durante todo su trayecto en la política, hasta el día de su asesinato, me convencí que para exponer tus razones no tienes que gritar hasta ensordecer a tu interlocutor y que cuando respondes con el corazón, no existen preguntas difíciles.

Este caso, por tratarse de una persona con su peso social y de su posición en el gobierno, ha tenido la difusión que amerita en los medios de comunicación.

Sin embargo, tristemente debemos admitir que millones de personas han aprendido a vivir con la violencia, se han acostumbrado al maltrato físico y verbal y miles han caído víctimas de la ira de personas que han pertenecido a su círculo íntimo.

Estos hechos demuestran que muchas veces, lo peor, el dolor más profundo es causado por aquellos a quienes se les tiene mayor confianza, quienes están más cerca, de quienes solo y siempre se espera lo mejor.

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