Con frecuencia nos quejamos y lamentamos cuando las cosas no nos resultan como deseábamos, como esperábamos.

Acusamos a la suerte de no estar de nuestro lado.

Muy difícilmente alguien reconozca que él o ella misma, es el responsable de su fracaso o revés.
Muy pocos somos autocríticos, pero nos encanta juzgar y criticar.

Muy pocos reconocen sus limitaciones, pero la mayoría se considera poseedor de capacidades, inteligencia y talentos que sólo ellos ven.

Muchos no resisten correcciones y menos una crítica a lo que hacen, por más constructiva que esta sea y aún proveniente de personas que ellos saben les estiman y sólo quieren verlos mejorar cada día.

Es difícil de creer pero también existen aquellos que se cuestionan a sí mismos, aquellos que nunca están conformes con lo que hacen, pues piensan que lo pudieron hacer mejor.

Aunque resulte increíble, sobre todo para los indulgentes, algunas personas suelen ser los jueces más severos de sí mismos y más increíble aún resulta, que a estas personas poco o nada les importan la vida y las cosas de los demás. Definitivamente están en un plano diferente, más elevado.

No es raro escuchar, cuando un estudiante de cualquier grado reprueba una asignatura, que este responsabiliza a su profesor de su bajo desempeño estudiantil, tampoco es raro, cuando alguien es despedido de su trabajo, que este alegue que la culpa es de algún compañero o de que el jefe quería su puesto para dárselo a alguien más.

Así mismo, pocos reconocen que le faltaron a un amigo y jamás le pidieron que los perdone y al final ellos son las víctimas de un amigo desleal.

En el amor no es diferente, uno lastima, engaña, traiciona, miente y cuando el otro decide dejar de aguantar esa situación, el primero nunca admitirá que sus acciones fueron la causa de la ruptura.

Lo raro sería escuchar que alguien reconoce que sus fallas y errores lo han llevado a reprobar en la escuela, a perder su empleo, a alejar a sus amigos verdaderos y a perder a la persona que lo amaba.

No es difícil ser autocríticos, es más, ver en nuestro interior y reconocer lo que hicimos mal y disculparnos sinceramente, nos regala una sensación de paz indescriptible.

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