Siempre queremos más. No importa lo sencillo que somos. No importa que seamos agradecidos con lo que tenemos, siempre estamos esperando que las cosas sean mejores.

Deseamos y esperamos. A veces luchamos con desesperación por alcanzar lo deseado y nos sentimos decepcionados si creemos que hemos invertido demasiado tiempo sin lograrlo.

Algunos son más pacientes, otros no esperan su tiempo y muchas veces sin la debida preparación u orientación se lanzan tras sus objetivos.

Como es natural, su camino se hará más largo y muchas veces deberá regresar al punto de partida para planear mejor su estrategia.

Algunos se establecen fechas para hacer y terminar eso que tanto desean y que creen merecer, por eso, vencido el plazo, renuncian a sus proyectos en el entendido de que su tiempo ya terminó.

Así, más de uno renuncia a lo que anhela. Así se sepultan las ilusiones y con ellas las fuerzas y el optimismo para subir esos peldaños que se hacen necesarios dejar atrás para crecer y lograr.
Es verdad que no todo el mundo espera el mismo tiempo por alcanzar lo que desea. Unos lo logran primero, otros llegarán a sus metas casi al final de sus vidas, pero una cosa sí es cierta, todos llegan cuando deben hacerlo. Cuando les correspondía.
En la vida, aunque sintamos que nos faltan muchas cosas, aunque luchemos con todas nuestras fuerzas por el amor, por la salud, por una mejor posición social y económica, aunque nos desgastemos por ganar el afecto y la aprobación de los demás, lo que en realidad nos falta no está en ningún lugar, no nos lo puede dar otra persona.

Lo que nos falta es amor propio para valorar quienes somos. Nos falta empatía para entender los problemas, las preocupaciones y el dolor de los demás.

Nos falta coraje para levantarnos y seguir adelante .

Nos falta valor para enfrentar la injusticia. Nos falta honestidad para admitir los errores.

Nos falta humildad para pedir perdón. Nos falta sencillez para entender que nadie es mejor ni peor, solo somos diferentes.

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