Qué costumbre tan odiosa tenemos las personas de dejarlo todo para después. Claro, están las prioridades, esas que no pueden ni deben esperar, pero dejamos muchas otras cosas para otro momento.
Un momento que se va transformando en un largo tiempo.

Ese es un proceder casi generalizado y es la forma más absurda de perder la oportunidad de hacer o decir algo importante en el momento preciso.

Es así como, sin darnos cuenta, actuamos pensando que somos dueños del tiempo y del espacio en que habitamos. Nada más erróneo, pues hoy estamos y mañana no sabemos.

En esa manía de pretender controlarlo todo, de poner hora y fecha para todo, nos olvidamos de un pequeño detalle: estamos en este mundo de paso, sabemos el día y a veces la hora exacta y el lugar donde nacemos, pero ignoramos por completo el día, la hora y el momento en que dejaremos de existir, aun estando muy enfermos, no podemos saber con exactitud cuándo llegará ese momento.

Sabemos eso, pero aun así seguimos jugando con el tiempo. Un tiempo que no nos pertenece. Seguimos dejando para mañana, aún cuando no tenemos idea si veremos ese mañana.

Está claro, muchas cosas que no pueden, no deben esperar por un momento preciso, pero muchas otras, que no consideramos prioritarias, las dejamos esperar y tanto esperamos que después es demasiado tarde.

Decir “te quiero”, “te extraño” “te perdono” o “perdóname”, justo cuando más se necesita puede hacer la diferencia entre un final feliz y uno marcado por el dolor y la decepción.

Lo ideal sería no esperar la vida entera por aquello que queremos oír, o para decir lo que nos empeñamos en callar.

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