No es raro que nos escuchemos prometerle algo a alguien. Siempre estamos prometiendo. Prometemos hacer, no hacer o dejar de hacer.
Le aseguramos a alguien que puede contar con nosotros para lo que sea.

Algunos, aunque no sean, se esfuerzan por parecer leales y tratan de cumplirle a los otros para demostrar que son personas de palabra.

Siempre, en todo o casi en todo, pensamos más en lo que proyectamos que en descubrir quiénes somos en realidad.

Muchas personas que conozco abandonan a sus familias para ir en auxilio de otras con los mismos problemas que tiene en la suya, pero prefieren el reconocimiento público, que cumplir con el deber dentro de su hogar.

Es lo que ocurre cuando prometemos algo a los demás, muchas veces la gente cumple su promesa por el simple hecho de parecer confiable, pero en realidad no son capaces de cumplirse así mismos una sola promesa. Cumplir siempre es bueno, pero es mejor cuando lo hacemos porque somos realmente personas comprometidas y confiables.

No está mal prometer y cumplir, en lo absoluto, pero también sería muy saludable comenzar a prometernos y cumplirnos a nosotros mismos.

Sabemos que tenemos mucho que solucionar en nuestras vidas y también sabemos que no es una tarea de otros. Es una obligación y un compromiso un personal.

Cada vez que lastimamos a alguien o que nuestra imprudencia nos lleva a cometer errores que pudimos haber evitado, prometemos corregir nuestro proceder, pero pasado el mal momento echamos esa promesa en saco roto.

No es que falte la intención para cambiar, lo que pasa es que no somos lo suficientemente sinceros para reconocer nuestros errores y por eso, cuando pasa la tempestad comenzamos a minimizar los efectos de nuestra mala actitud.

Antes de prometer a otros y desvivirte por cumplirles lo prometido promete y cúmplete a ti mismo, pero no por vanidad, cumple por reconocer que es lo correcto y lo mejor para ti y quienes te rodean.

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