Sin importar que tan complicado sea el diario vivir.
Sin pensar en que, algunos deben agotar una agenda asfixiante, donde hay espacio para nada, ni nadie.

Sin dejar de lado que cada minuto cuenta y que un mínimo descuido puede arruinar el trabajo de años.

Es importante tener siempre presente, nuestras prioridades.
Cada día, que a resumidas cuentas, es un pequeño comienzo, una oportunidad nueva de hacer y emprender, pero también de corregir y mejor, trae sus afanes propios, sus complicaciones graves o leves, por lo que resulta inteligente asumirlo con la mejor actitud.

Colocar en primer lugar aquello que contribuya con nuestro crecimiento espiritual, todo lo que nos haga mejores personas, que nos acerque a las mejores causas y nos aleje de lo negativo y perjudicial.

Las ocupaciones y compromisos son muchos e ineludibles, son una prueba diaria a nuestra responsabilidad, honestidad y miden qué tanto somos capaces de cumplir las promesas que hacemos. Es un gran reto salir airosos, pero no tienes otra opción.

Es cierto que el día resulta corto para dar cumplimiento a los pendientes y que al llegar la noche notamos con cierta frustración que no pudimos hacer todo lo que nos propusimos, lo que supone una carga mayor para el día siguiente, aun así, no podemos permitir que ni siquiera nuestros más anhelados proyectos, nos dejen sin tiempo ni espacio para las personas que amamos, ni para disfrutar de las cosas que nos gustan y nos dan felicidad.

En la mayoría de los casos, esas cosas que tanto bien nos hacen, son tan simples, tan sencillas, pero a veces nos cuesta tanto poder disfrutar.

Por mucho trabajo que tengamos sobre la mesa, siempre habrá tiempo para escuchar a un compañero que necesita ser oído; para abrazar a nuestros hijos, para llamar a nuestros padres y decirles que por muy adultos que ahora nos creen, siempre los necesitamos, los amamos, nos hacen falta y nos harán falta siempre.

Algunas veces, sentarnos en el balcón y disfrutar a sorbos y despacio una taza de café caliente, nos regala una indescriptible sensación de paz y tranquilidad.

Tomarnos la tarde libre y acudir a una cita con el mar, escuchar el murmullo de las olas y dejar que la brisa nos abrace, nos regalará una felicidad para la que siempre debemos darnos tiempo.

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