No sé si será por egoísmo, por falta de empatía, por indiferencia, o simplemente por la prisa que llevamos las personas, que no nos permite mirar a nuestro alrededor, y pasamos por alto tanto lo bueno como lo malo.

Quizás solo sea esa prisa loca que nos ha acostumbrado a hacer mil cosas en un corto tiempo, la que nos ha robado la agudeza de actuar en vez de solo mirar, que solo nos permite oír el ruido sin escuchar realmente el sonido.

A veces no se trata de ser buenos o malos, a veces solo es que cuando hemos intentado luchar contra lo injusto, no hemos encontrado respaldo.

A lo mejor es por eso, que nos ha ganado el temor a quedar solos en la defensa de algo que afecta a muchos pero que nadie tiene el valor de cambiar.

Las redes sociales, un reflejo de la sociedad mundial, demuestran como las personas han ido perdiendo la humanidad, la solidaridad, la empatía, la calidad y en muchos casos, la bondad.

Todo esto, que de por sí ya es triste y decepcionante, se ve acompañado de una alta dosis de indiferencia e indolencia, cuando ante acciones repugnantes, las personas en vez de acudir en auxilio de la o las víctimas, sale corriendo a buscar sus teléfonos móviles para grabar el hecho y subirlo en sus cuentas de Facebook, Instagram, y todas las nuevas plataformas que se han vuelto indispensables en estos días.

Poco a poco vamos olvidando nuestro rol activo ante los abusos y crueldades, el tiempo nos ha relegado a la posición de simples espectadores, distantes cada día más, de todo aquello que como humanos, no nos debería ser ajeno.

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