Esta semana estaba leyendo acerca de un maestro que invitó a sus estudiantes a realizar una autobiografía educativa. Si lo sé, el término suena un tanto raro o poco usual. Es más debo confesar que nunca antes había leído o escuchado algo así.

Como es de suponer me interesó y seguí leyendo hasta el final.

Como era de esperarse, los estudiantes en el salón quedaron muy confundidos, se miraron entre sí y le devolvieron las miradas al maestro quien de inmediato entendió lo que los presentes estaban pensando. “Lo sé, es confuso. Sin embargo, es tan sencillo que se sorprenderán aún más cuando comprueben que esta es una de las asignaciones más sencillas que les pediré este semestre”.

Tras decirles esto, les pidió que escucharan con atención. El profesor comenzó a explicarles que de lo que se trataba era de narrar sus experiencias en las aulas desde sus primeros años de escolaridad, pasando por los diferentes grados, hasta sus motivaciones para matricularse en la carrera actual. Para esto, les indicó “deben comparar sus experiencias con las vivencias y recuerdos de sus familiares.

En fin, una autobiografía reservada al área académica. Dicho esto los estudiantes comenzaron su trabajo.
A raíz de eso se me ocurrió que sería interesante realizar este ejercicio en otros aspectos de nuestra vida. Quizás nuestra autobiografía laboral, sentimental y porque no en el terreno amistoso. No estaría mal reconstruir nuestra vida a partir de los primeros recuerdos en cualquier terreno. No lo he hecho, pero estoy segura que sería un interesante ejercicio de introspección que ayudaría a encontrar las causas y razones de muchos desaciertos que a veces dejan facturas imposibles de saldar.

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