Un joven abogado de unos 35 años de edad, que había trabajado como “organizador comunitario”, es motivado por sus amigos a presentarse a unas elecciones a un cargo legislativo. En su campaña, de forma permanente, dice haberse encontrado con dos preguntas, una relativa a lo extraño de su nombre y otra, donde con extrañeza le decían: “parece usted un tipo decente. ¿Por qué quiere meterse en algo tan sucio y desagradable como la política?”

Sin dudas es una desconfianza en la manera de hacer política que “se alimentaba de toda una generación de promesas incumplidas”, nos dice, para luego continuar: “Yo sonreía y contestaba que comprendía su escepticismo, pero que había -y siempre había habido- otra forma de hacer política, una tradición que venía de los tiempos en que se fundó nuestra nación (…) Una tradición basada en la sencilla idea de que lo que le suceda a nuestro vecino no debe sernos indiferente, en la noción básica de que lo que nos une es mucho más importante que lo que nos separa (…) es posible que aunque no podamos resolver todos los problemas, sí podemos avanzar en cosas importantes” (p. 4.).

Con esta anécdota sobre su nombre y el sentimiento general norteamericano sobre la política, inicia Barack Obama el prólogo a su libro “La audacia de la esperanza”. Era legislador, pero ni pensar que podría llegar a presidir, unos años después, los Estados Unidos de América.

El libro, muy bien escrito, expone el sistema de creencias, valores e ideas políticas de quien seria “el 44.º presidente de los Estados Unidos de América desde el 20 de enero de 2009 hasta el 20 de enero de 2017”.

Obama es el producto de la fortaleza que ha aportado a los Estados Unidos, en toda su historia, la inmigración, la “mixtura” racial. Nació en la ciudad de Honolulu, en 1961, hijo de un “economista keniano y de una antropóloga estadounidense”.

Al leer el libro se muestra la coherencia entre la teoría y la posterior práctica como gobernante de Obama, teniendo en cuenta las limitaciones sistémicas que no podemos ignorar. Pero, en esencia, no defraudó en su presidencia.

Obama, afirma en el texto que: “Me molestan las políticas que favorezcan a los ricos y poderosos y no al americano medio, y creo firmemente que el gobierno tiene un papel importante que jugar para que todo el mundo tenga oportunidades en la vida. Creo en la evolución, en la investigación científica y en el calentamiento global. Creo en la libertad de expresión, se digan cosas políticamente correctas o no, y recelo de utilizar el gobierno para imponer las creencias religiosas de nadie -ni siquiera las mías-, a los no creyentes”, (p.13).

También dice creer en “el libre mercado, en la competición y en la capacidad emprendedora” y que quisiera más ingenieros y menos abogados para su país.

Finalizando, en otro apartado, con esta especie de autocrítica: “También creo que, a veces, mi partido puede ser petulante, distante y dogmático”.

El espacio, dictador, impone otra “Pincelada”.

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