En una época en la que registrar tu ritmo cardíaco, tus pasos o tu rutina de ejercicio es tan fácil como deslizar una pantalla, las aplicaciones de bienestar se han vuelto omnipresentes. Prometen salud, disciplina y comunidad. Pero ¿y si esos mismos datos —compartidos con orgullo— pudieran convertirse en un mapa para tu asesinato?
No es una exageración. En julio de 2023, el oficial naval ruso Stanislav Rzhitsky fue asesinado mientras trotaba en la ciudad de Krasnodar, Rusia. Había sido comandante de submarino y estaba vinculado a ataques con misiles en Ucrania. Según informes de medios como la BBC, su asesino pudo haberlo rastreado usando su perfil público en Strava, una red social para ciclistas y corredores donde compartía de forma regular sus rutinas.
Este caso es un recordatorio escalofriante de los riesgos que plantean las aplicaciones de seguimiento físico, especialmente para personas en profesiones sensibles: militares, oficiales de inteligencia, diplomáticos, periodistas, políticos o disidentes. La amenaza no es abstracta, está en cada ruta compartida, cada medalla ganada, cada mapa de calor que revela rutinas ante millones de usuarios.
Aplicaciones como Strava, Fitbit o Apple Health promueven funciones que incitan a compartir: logros, recorridos, incluso ubicaciones en tiempo real. Lo que parece inofensivo puede exponer patrones, rutinas y coordenadas que pueden ser aprovechadas por actores hostiles. En 2018, un mapa de calor de Strava expuso bases militares secretas de Estados Unidos a nivel global, presentando un grave riesgo para la seguridad operacional.
En 2024, Susan Miller escribió en Duke Today sobre una investigación de la Universidad de Duke titulada “How Wellness Apps Can Compromise Your Privacy”. El estudio reveló que muchas de estas aplicaciones recopilan más que métricas físicas: almacenan datos de localización, comportamientos y metadatos, que pueden ser cruzados con información de terceros. Incluso los datos anonimizados pueden ser revertidos para identificar a usuarios y analizar su patrón de vida.
Compartimos nuestros datos más íntimos —ubicación, hábitos, horarios— con aplicaciones que prometen bienestar, sin detenernos a pensar en las implicaciones. No se trata de rechazar la tecnología, sino de usarla con conciencia y exigir transparencia. Los gobiernos deben avanzar en regulaciones efectivas de protección de datos, y los usuarios, asumir un rol más activo en la gestión de su huella digital.
El asesinato de Rzhitsky nos llama a la reflexión, aunque atravesado por tensiones geopolíticas, deja una advertencia que trasciende fronteras: en el mundo digital, lo que rastreas también puede rastrearte. En las manos equivocadas, hasta un simple trote matutino puede convertirse en una sentencia de muerte. La privacidad no debe ser un lujo ni una preferencia sino un derecho que debemos defender con urgencia. Porque en la era del bienestar conectado, proteger nuestros datos no es solo una cuestión de seguridad: es una forma de supervivencia.
Por: Alfredo López Ariza