Discurso del presidente de la AIRD, Celso Juan Marranzini.
Recuerdo cuando hace 9 años atrás, en ocasión de la celebración del 50 aniversario de la Asociación de Industrias, fueron reconocidas industrias de más de 50 años de fundadas.
Rememoro de aquel día, el orgullo que sentí al ver aquellos representantes de empresas que, durante más de 50 años, algunas con casi 100 años, con tenacidad y sacrificio, y a pesar de los grandes cambios de reglas en el mundo, han perseverado, luchando por construir un país en que nada falte para sobrevivir.

Y es que ser industrial no es tarea fácil, señoras y señores. Porque nací y me he criado en un entorno industrial, lo puedo decir con mayor certeza (apenas tenía 7 años cuando ya sabía subirle la temperatura a una maquinaria y percibía que en las fábricas trabaja mucha gente).

Imagínense todos los pasos que implica hacer funcionar una empresa manufacturera: desarrollar la idea, buscar recursos para invertir, constituir la empresa, construir la planta, comprar materias primas, etc.

Desarrollar la logística de comercialización, certificarse en buenas prácticas, obtener la permisología que exige el Estado, salir a vender los productos, competir localmente, promocionar y publicitar las marcas, exportar, competir con productos foráneos, aportar valor a la comunidad y por supuesto, generar un retorno necesario para seguir produciendo e invirtiendo y honrar los compromisos con suplidores, bancos y accionistas de forma constante cada año.

El mundo es muy diferente ahora. Estamos pasando por una era digital y por los efectos de un cambio climático que nos llama a cambiar los paradigmas, que nos obliga a adecuar los procesos, la tecnología e inclusive la forma de producir y consumir; pero sin duda alguna, no existe la posibilidad de que un país sobreviva sin un aparato industrial fuerte, que garantice suministro de bienes y oportunidades de empleos a sus ciudadanos, bienestar para la sociedad e ingresos necesarios para el Estado.

A este panorama de desafíos se une el mayor reto que nos ha tocado vivir en los últimos tiempos con el covid-19.

Imaginemos por un momento:

¿Qué hubiese pasado en nuestro país si no contáramos con una estructura industrial fuerte?

¿Qué hubiese pasado si, en medio de las medidas extremas –por miedo o por racionalidad- tomadas por los mercados internacionales que cerraron sus puertos, prohibieron exportaciones e importaciones, la industria dominicana también hubiese parado? o ante tanta incertidumbre hubiesen cesado del trabajo a sus colaboradores por vía legítima?

¿Qué hubiese pasado si nuestros colaboradores, que fueron ejemplo de entrega y heroísmo, se hubiesen sentido invadidos por el miedo y no hubiesen acudido a sus puestos de trabajo?

¿Qué hubiese pasado si las industrias no adaptaran rápidamente protocolos para el trabajo presencial seguro y a la vez de teletrabajo, para que miles de colaboradores en tareas que no requerían de su presencialidad permanecieran trabajando desde sus casas, innovando, empujando, adaptándose?

¿Qué hubiese pasado si el diálogo con las autoridades fuera una puerta cerrada y no se tomara en cuenta el equilibrio entre economía y salud?

¿Qué hubiese pasado si las autoridades no hubiesen adoptado las medidas para garantizar la protección del empleo y la reactivación económica?

¿Qué hubiese pasado si la industria no hubiese servido de bisagra entre la agropecuaria y el comercio, llegando así a los consumidores?

La lista de preguntas que me hago es larga y podría ser mayor.
Ciertamente, muchas empresas entraron en dificultades. No podemos decir que la industria salió totalmente ilesa, pero sí podemos afirmar que ganamos la batalla y que estamos mejor preparados que nunca para hacer de nuestro país una potencia industrial en la región.

Nos mantuvimos de pie cuando prácticamente todo estaba cerrado, pues más de un 80 % de nuestras empresas no suspendieron empleados en los momentos más difíciles. Ha sido un esfuerzo mancomunado del Estado y el sector industrial que ha permitido que alimentos, bebidas, medicinas, insumos de índole diversas, artículos de higiene, mascarillas, pudiesen llegar a los hogares dominicanos y la escasez, hambre, desesperanza no tomase un camino galopante del cual hoy estaríamos lamentándonos.

Hemos pasado lo peor de la pandemia, porque ya estamos mejor informados, tenemos experiencia acerca del virus y sobre todo por la buena gestión del gobierno para manejar la crisis y el proceso de vacunación. Es justo decir que se ve la luz al final del túnel, que aún en este momento adverso que vive el mundo, en nuestro país gozamos de un clima de confianza y estabilidad, incluso, envidiable para otros países. Pero las amenazas persisten, las secuelas del covid-19 se expresan de distintas maneras.

Una de esas secuelas es incrementos de precios a escala global de materias primas, insumos, commodities y servicios de transporte de mercancías, algo que -desde nuestro punto de vista- es una segunda epidemia.

En ese contexto, la industria ha trabajado de mano con el gobierno para afrontar ese factor crítico exógeno y valientemente no ha fallado en el abastecimiento, en mantener activa la cadena de suministro, evitando uno de los peores fenómenos para los consumidores: la escasez en medio de presiones alcistas de precios.

En definitiva, podemos apelar a una descripción que dice mucho: la industria nacional es una industria resiliente, comprometida, que no se amilana ante los desafíos, que responde ante los momentos más difíciles.

Una industria resiliente conviene al país desde todos los ángulos: garantiza estabilidad económica y social, crecimiento del PIB, empleos de calidad, salarios competitivos, aportes al fisco, generación y ahorro de divisas, responsabilidad social, sostenibilidad. Por eso, todos juntos, debemos levantar la voz para decir “preservemos la industria”.

Pero también es por eso que hoy proclamamos con orgullo que todos somos industria, que todos estamos llamados a contribuir con la industrialización de nuestro país, haciendo de la misma una marca distintiva en la región.

Un país industrializado hasta por los codos, con la seguridad de que hasta el momento es mucho lo que ha aportado el sector, pero es mucho, muchísimo más lo que está llamado a aportar para que RD sea una nación de mayor desarrollo económico y bienestar social, orgullosa de su desarrollo y de su gente.

Hemos corrido y lo hemos hecho bien, pero debemos estar conscientes que la carrera por la competitividad, por convertirnos en potencia industrial de la región no es una carrera de corto alcance, sino un maratón que se gana y ganará en el día a día, pero con la mirada en el largo plazo, en garantizar la competitividad de las industrias; en continuar superando obstáculos y evitar el surgimiento de nuevos; en seguir dotando al sector de un marco jurídico e impositivo que garantice nuevas inversiones, facilitando las exportaciones y los encadenamientos con otros sectores productivos.

Me preguntan sobre cuáles son los aportes de la industria y cuál es su potencial, sobre cómo fue posible que mostráramos esa fortaleza, esa capacidad de resiliencia en medio de la pandemia y en otras circunstancias de nuestra historia económica y social para apoyar siempre al país.

Sin duda alguna nuestra industria aporta, exhibe confianza, cree en su país y está llena de optimismo.

Esta industria, que somos todos, debe marchar ligera si queremos que pueda mantenerse en la punta del desarrollo nacional. Es momento de facilitar, de dar fuerzas, de potenciar desde el Estado y desde dentro de las empresas.

Es momento de darnos cuenta y asumir con orgullo que todos somos industria y que la industria somos todos, que lo HechoenRD es parte de nuestro ser nación, que cualquier rincón de la patria es un lugar propicio para las iniciativas productivas y creadoras de riqueza de micro, pequeñas y grandes industrias. Es momento de fortalecernos, mirar con esperanza y confiar, confiar, porque se trata de que, en esto, que es la industria, estamos todos. Y en la industria, que somos todos, nos jugamos el desarrollo sostenible de nuestra nación.

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