Los verdaderos cambios, trastornadores y permanentes, no son cosméticos, tienen su epicentro en el corazón. Un dicho popular afirma que la costumbre hace ley porque es bien sabido que el peso de la costumbre aplasta a toneladas de decisiones conectadas al mero impulso. Los cambios auténticos dan a luz lo que debe estar y sepultan lo que nunca estuvo bien. Quizás no tienen un nombre pero si un norte. Quizás necesiten manos, pero nunca alas, puede que voces, pero jamás razones. Los cambios apoyados en la verdad pero sin la gracia divina se estancan, los que acontecen bajo su gracia pero sin su verdad terminan desmoronándose. Según la madera del corazón así será la consistencia del cambio, como dijo un noble rabí judío: el fruto nunca cae lejos del tronco!

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