Lo importante no es cómo se llega a un puesto, sino cómo uno se retira y lo deja. Qué obras quedaron atrás gracias a la gestión, qué aportes se hizo de lo que no estaba y qué pudo haberse mejorado de lo que ya se encontró. Después de haber completado aquello que faltaba, emprendido lo necesario y concitar el entusiasmo del equipo para garantizar la permanencia de los proyectos y que la maquinaria siga operando, saber cuál es el momento exacto en que toca detenerse y alejarse para que sean otros los que sigan y continúen cosechando lo sembrado o, si así lo deciden, desenterrarlo de cuajo.
Comprender sin ofenderse que los cambios son necesarios, que ni de la vida misma somos dueños para querer entonces serlo del entorno; entender que se quieran implementar otras posibilidades para acoger nuevos rumbos que, no por ajenos, son menos válidos; aceptar otras visiones que tal vez no se comparten ni fueron consideradas en su momento, pero resultan ser más efectivas para el tiempo en que se aplican.
Es una verdadera hazaña lograr conservar las relaciones para que trasciendan la temporalidad del cargo; mantener los afectos que sobrepasan los horarios laborales, las jornadas diarias y la rutina porque se han tejido cercanías, no jerarquías en que el sentimiento de admiración es más fuerte que el de la adulación o la idolatría que haga pensar que se es imprescindible. Asimilar con justeza y humildad que todo lo que comienza tiene un fin y que solo el relevo necesario hace llegar a la meta, en vista de que nadie tiene tanta fortaleza en las piernas como para querer realizarlo solo sin el impulso de atletas adicionales que tomen la antorcha.
Las felicitaciones llueven a granel cuando se llega, pero aun más importante sería que se multipliquen en la partida porque se ha dejado un camino que le corresponderá recorrer a los que le siguen. Es de sabios hacerse a un lado cuando las palmas están aún frescas por los aplausos, en vez de cansadas de presenciar lo mismo. Entender que es en lo alto de la cresta de la ola en que tiene más valor desmontarse, antes de esperar que el mar en calma del hastío, el cansancio y la monotonía lo hagan y contra la voluntad de lo que manda la ocasión solo por querer perpetuarse. Si difícil es alcanzar un sitial destacado, lo es más dejarlo libre para que lo ocupen otros; esa es la diferencia entre un estadista que deje huella y un funcionario que caerá en el implacable saco del olvido cuando la historia pase factura.