En un país como la República Dominicana, donde la historia aún sangra entre las grietas de la desigualdad, el racismo negado y el clasismo disfrazado de progreso, el llamado Síndrome de Stephen Candie se convierte en un reflejo dolorosamente vigente.
Este concepto, inspirado en el personaje de Stephen, el mayordomo negro de la película Django desencadenado —quien protege con fervor a su amo esclavista mientras traiciona a su propia gente— no es una enfermedad clínica, pero sí un fenómeno social observable, especialmente en sociedades como la nuestra.
En la República Dominicana, este “síndrome” se manifiesta cuando ciudadanos de origen humilde, ascendidos socialmente, se convierten en cómplices de las estructuras que alguna vez los oprimieron. Cuando figuras públicas y líderes comunitarios desprecian sus raíces, reniegan de su cultura, y adoptan discursos excluyentes contra los más vulnerables, como los barrios más deprimidos y comunidades empobrecidas, están reproduciendo el mismo patrón de alienación que Stephen representaba en la ficción.
Lo vemos en algunos medios de comunicación, en sectores políticos, en pasillos del poder económico y, tristemente, también en espacios educativos. Se ve en quienes niegan el racismo mientras promueven estereotipos; sin voluntad de justicia social; en aquellos que, una vez dentro del sistema, lo usan no para transformarlo, sino para perpetuar sus privilegios.
Este artículo no busca fomentar odio ni división, sino hacer un llamado urgente a la conciencia nacional. ¿Qué tipo de nación estamos construyendo si el ascenso social exige como precio el olvido de nuestros orígenes? ¿Qué identidad promovemos cuando se premia la desconexión de lo dominicano auténtico, y se castiga la solidaridad con el pueblo?
República Dominicana, no puede seguir permitiendo que el éxito personal sea sinónimo de traición cultural. El verdadero progreso no es aparentar “blancura”, ni negar nuestros rasgos afrocaribeños, ni hablar con desdén de lo popular. El verdadero avance es lograr una sociedad donde nadie tenga que renegar de su esencia para ser respetado.
En síntesis, combatir el Síndrome de Stephen Candie en nuestro país implica abrazar nuestra identidad mestiza, negra, popular y luchadora. Significa comenzar a construir un país donde la dignidad no dependa del apellido, el status económico u color de piel o del acento.
La gran pregunta es: ¿Seguiremos celebrando a los que suben negando su pueblo, o comenzaremos a honrar a quienes triunfan sin perder su raíz? La decisión es colectiva. Y, el espejo está frente a todos.