Si sabemos que hablando se entiende la gente y que un mal arreglo es mejor que un buen pleito ¿por qué resultan tan difíciles los acuerdos amigables? La Suprema Corte, ante una justicia desbordada que no da abasto, aprobó el Reglamento general sobre mecanismos no adversariales que permite a los jueces derivar los casos para que las partes busquen una solución, a través de la mediación o la conciliación. Esa es una herramienta preparada para mantener la paz social que reconoce la vía del advenimiento como la mejor opción. Si es así, ¿Cuáles son los obstáculos para que su uso pueda erradicar tanto conflicto inútil?

El primero, podría ser el espíritu de litigiosidad de las partes enfrentadas, azuzadas por abogados tan revanchistas y belicosos como ellas mismas. Si bien muchos conflictos tienen un origen económico, otros tienen una profunda carga emocional en que se prefiere intranquilizar al contrario, que recibir dinero.

El segundo, talvez la creencia de que las instancias judiciales son las que justifican los honorarios profesionales. Todavía se tiene la falsa percepción de que, si se resolvió fuera del tribunal, el abogado no hizo prácticamente nada. Entonces, en lugar de admitir que la rapidez de la solución preservó el patrimonio -al tiempo de agregar calidad de vida- se entiende que, si no hubo sentencia, tampoco diligencia.

El tercero, muchos son los enfrentados que aprovechan los espacios de negociación para ganar tiempo alejando el desenlace porque, o no tienen nada que ofrecer o nunca han tenido la intención de hacerlo, pero mientras, consiguen agotar al contrincante para que decline o reduzca sus pretensiones. El cansancio de dar vueltas en el mismo lugar es una estrategia utilizada que mantiene la validación social de que se está dispuesto a resolver y el otro es quien se resiste.

El cuarto, cuando los casos llegan a los tribunales las relaciones ya vienen maltrechas con múltiples conversaciones previas fallidas. Con las togas se desenfundan las armas, salvo la llegada de nuevas circunstancias que hagan reflexionar para detener los golpes en un ring y se entienda que negociar no es debilidad. Por tanto, es necesario rescatar la cultura de diálogo destacando sus virtudes para una sana convivencia. Nuestra Corte de Casación puso la primera piedra, nos toca a nosotros colocar las demás para construir el muro que contenga los pleitos, a cada quien que haga su parte.

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