El inicio de las operaciones militares de Turquía contra los grupos paramilitares kurdos en el noreste de Siria, luego de la salida de los soldados estadounidenses de esa zona, no es una sorpresa para nadie.

A pesar de las advertencias de EE.UU. y su intento de evitar que Ankara lanzase ataques aéreos contra los kurdos, era lógico que un país con las convicciones nacionalistas de Turquía no permitiera que al otro lado de su frontera se organice un ejército decidido a crear un Estado kurdo que en el futuro le despoje de casi un tercio de su territorio.

Esta tercera ofensiva turca en territorio sirio intenta eliminar la amenaza de los Peshmerga, que fueron punta de lanza de EE.UU. contra el Estado Islámico en la ciudad iraquí de Mosul en 2017 y que no sólo demostraron capacidad militar, sino que una vez controlaron la zona, organizaron un referendo independentista que fue desconocido legal y judicialmente por las autoridades para mantener la unidad territorial iraquí.

Ese intento independentista, que no contó con el apoyo abierto (aunque sí implícito) de Estados Unidos, es lo que Turquía no olvida, menos ahora que los Peshmerga cuentan con el armamento y entrenamiento que les proporcionó EE.UU., que además mantiene su apoyo político, aunque Donald Trump haya retirado sus soldados de la zona.

Sólo el 19 de abril de 2017, EE.UU. informó que vendería $295,6 millones en 400 fusiles M16A4, 232 ametralladoras 50 milímetros, 36 piezas de artillería M119A2 105 milímetros, junto a otros equipos.

Además, los kurdos tienen un largo historial de lucha en Irak, Irán y Turquía, países que siempre los calificaron como terroristas, en parte porque muchas acciones cometidas por grupos como el Partido de los Trabajadores del Kurdistán, PKK, que durante años comandó Abdullah Öcalan, fueron actos terroristas.

Muchas de las armas que poseen los Peshmerga fueron captadas durante años de caos en Irak, especialmente desde la primera guerra del Golfo en 1990. Sumemos el armamento aportado por Washington en la lucha contra el Estado Islámico, de quienes también tomaron gran cantidad de armas.

Todo esto lo saben los cuerpos militares y de inteligencia turca, por lo que no dejarían pasar un solo día, tras la salida de las tropas estadounidenses, para reducir al mínimo a los kurdos y sus aspiraciones nacionalistas.

Así que de nada valen las amenazas de guerra económica de Donald Trump, ni las advertencias de aislamiento político que haga la Unión Europea, Turquía no se detendrá, la retención del territorio kurdo es para Ankara un elemento de supervivencia que concita la unidad nacional de socialdemócratas, islamistas, nacionalistas y kemalistas.

Esto lo sabe Washington y lo sabe Bruselas, así que su decisión de dejar solos a los kurdos fue a sabiendas de las consecuencias, y si siguieron adelante, es porque poco les importa la suerte
del pueblo kurdo en Siria, Irán, Irák o Turquía.

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