Boca Chica, municipio de Santo Domingo fundado en 1779 como San José de los Llanos, a unos 30 km al este de la capital, con su particular historia de área cañera y productora de azúcar. Su época de oro cuando el dictador Trujillo construye en el ’49, el Hotel Hamaca, para convertirla en atractivo turístico, separándola de San Pedro de Macoris y anexada al Distrito Nacional. Sus pretensiones tuvieron respuesta positiva con diplomáticos, artistas, políticos, figuras del deporte y otros menos relevantes del mundo internacional. Fulgencio Batista, Pepe Figueres, Juscelino kubitschek, Kim Novak disfrutaron de condiciones excepcionales y de una belleza paradisiaca…hoy extraviada en tortuosas rutas de la mediocridad criolla. Juan Bautista Vicini, zar del azúcar en la década de los 20’, dio valor a Boca Chica y familias adineradas la escogieron como sitio de veraneo, en los 50tas, conservando la playa sus condiciones de maravilla caprichosa de la naturaleza. El río Brujuelas, transcurre discreto bajo la tierra y emerge en esa “laguna” marina de arenas blancas protegida por una barrera natural, aguas transparentes sin igual, de mansedumbre que invita a caminarla, hoy seriamente amenazadas. La fragilidad de este eco sistema rechaza pozos que contaminen sus aguas, como hoy sucede y no soporta el abuso a que ha sido sometida, por la violación de normas sanitarias y de convivencia. Los “negocios” han comprado la brutal permisividad acumulada por decenios, que deteriora lo que podría volver a ser un verdadero atractivo natural, sin los atropellos que la caracterizan. El evidente extravío de los que debieron ejercer la autoridad, han conseguido mediocratizarla, siendo cómplices de un crimen turístico-ecológico. Los negocios ocupan la playa y el agua lame los límites que cada cual ha rodado hasta arropar la arena, con muros bajos, teñidos por algas que muestran la falta de circulación. Los turistas deambulan, sorteando instalaciones, con natural confusión ante el descomunal desorden. Un organizado sistema de “scouts” con “poloché” amarillo, identifican “turítas” criollos y extranjeros, que con variado y simpáticos argumentos, los conducen a negocios adonde la estafa es norma y el “pecao frito” mercancía. Un servicio $2,550 (US$44) calculado por libras con peso alterado y en efectivo. Ni el filete extranjero llega a esos niveles, en instalaciones de primera clase. El asedio “comercial y de servicios”, a que se somete al visitante, agobia. Yaniqueques, camarones, gafas de sol, mamajuana y de manera “econdía”, miembro de carey; servicio de masaje, coco de agua en “tricículos” dentro del agua por estar privatizada la arena. 5 amigos aventureros del turismo interno, testigos fieles de la brutal estafa, tomamos la decisión de jamás volver y yo, con el compromiso de publicar la frustrante y triste experiencia de no poder unir los recuerdos del Boca Chica de nuestros tiempos, con la caricatura que es hoy.

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