Constanza, en las alturas de un caribe tropical confundido, valle de montaña cargado de hermosuras, que navega entre alturas alrededor de los 1200 metros y mucho más. Sus temperaturas suelen ser bastante bajas, para el promedio de la isla, acercándose a 0º C, con frecuentes neblinas densas, ambientes claros y aire transparente. Tierra de aluvión conforma el valle, zona de agricultura propia del clima. Lo completa una vegetación de pinos y maleza propia de ambientes fríos. El invierno pinta de morado sus lomas con la flor de una yerba llamada yaragua, que da ese tono púrpura tímido. La actividad agrícola es frenética, preñada de gente laboriosa y productora de ajo, papa, repollo, zanahoria, remolacha y mucho más, sazonados con sus características y sabrosas fresas. El ser humano en ese afán mercantilista, ha encontrado en Constanza, espacios para depredar sin control, afectando sensiblemente el equilibrio natural heredado, bajo la protección de títulos de propiedad que no dan autoridad para dañar. Baste mirar las montañas que circundan el valle, para comprobar el daño sin corregir, que rodea este paraíso. Para los foráneos, llamados turistas, criollos en su mayoría pero también extranjeros, Constanza es un fenómeno natural que atrae, una expresión de la caprichosa naturaleza, que vale la pena restaurar y conservar sus características de paraíso enclavado en el corazón de la cordillera central. A pesar de ese potencial turístico apenas explotado, no existe conciencia plena en su población ni en las autoridades que la han manejado desde siempre, de que hay contrastes que repelen y alejan al turista. Los ríos Pantuflas y Constanza, atraviesan barrios de la ciudad, siendo tratados como cloacas abiertas para toda clase de desechos, unos tóxicos y otros contaminantes por demás. Sus aguas terriblemente contaminadas y con fétido olor, han inutilizado el hermoso balneario de La Piscina, atractivo lugar tiempo atrás. Hoy las piedras emergen como un monumento al descuido, la desidia, la incompetencia y la falta de conciencia de los llamados a evitar ese crimen ecológico. Es muy costoso, pero imprescindible, el revertir ese proceso contaminante de decenios y se sabe como. Es característico en esa población, la cultura de “jondéalo a la cañá”, el ánimo de “láigalo ai rió” o la actitud de “échalo pa’fuera”, para el manejo de desechos y desperdicios inútiles. Eso espanta el turismo, al convivir la basura con la cotidianidad del constancero común. La depredación tiene un particular exponente en el Río Tireo, que parte medularmente la población del mismo nombre, en un sector denominado El Paraguas, zona de alta productividad agrícola y abundante producción de agua, terriblemente deteriorada por una explotación descontrolada con ribetes dramáticos, de destrucción de todo. La Presa de Pinalito, es nutrida por esta escuálida fuente de agua degradada, obra de cuestionable inversión estatal para producción eléctrica, ante este desastre ecológico sin control y con pocas denuncias.

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