Puerto Príncipe. Hace dos años y solo dos semanas después del asesinato del presidente Jovenel Moïse, Ariel Henry se convertía en primer ministro de Haití, un periodo que ha estado marcado por la falta de acción para afrontar la convulsa y cada vez más deteriorada situación que vive el país.

Cuando se instaló en el corazón de Puerto Príncipe, en la zona del Bicentenario, ahora controlada por las bandas armadas, Henry prometió que se haría justicia al asesinado Moise, que se celebrarían elecciones libres, honestas y transparentes lo antes posible y que se restablecerían el orden, la seguridad y la autoridad del Estado. Sin embargo, dos años después de suceder como primer ministro a Claude Joseph no se puede hablar realmente de balance de Gobierno alguno, ni en el plano social ni en el político ni en el económico.

Haití es un país sin timón. No hay plan de Gobierno. No hay nuevos proyectos y tampoco voluntad política de mejorar las condiciones de vida de la población.

En la Justicia reina la desorganización. Los grandes dossieres no han avanzado nada. El caso del asesinato del presidente no progresa y, según su viuda, Martine Moise, Ariel es uno de los principales sospechosos que bloquean el despegue del proceso.

También en la prensa local se critica a Henry por haber realizado en los últimos meses una serie de viajes sin beneficio alguno para el país y en los que se ha limitado a pedir una intervención extranjera que no cuenta con la aprobación unánime de la población.

Además, los haitianos culpan al Gobierno de haber contribuido a poner el país en la crítica situación en que se encuentra en todos los órdenes.

La seguridad se ha deteriorado: en estos dos últimos años Haití ha sido testigo de masacres, violaciones de mujeres, secuestros con cientos de víctimas, quemas de casas y desplazamientos de miles de personas.

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