Cuando Carlos Mora entró a las filas de la Defensa Civil no había cumplido la mayoría de edad. Desde niño imaginaba cómo sería el interior de una de esas carpas naranja instaladas en puntos estratégicos para asistir ante eventualidades.
La vocación de servicio siempre fue una virtud que le identificaba desde muy chico, por lo que no era extraño verle involucrado en asuntos sociales y en clubes en un “barrio caliente”, carente de instalaciones recreativas, conocido como el sector Holguín, en Santo Domingo Oeste.
Como acostumbraba, un día salió a caminar y para su sorpresa, ahí estaba la “casita” naranja instalada en el kilómetro 10 1/2 de la autopista Duarte para brindar asistencia en un operativo de Semana Santa.
“Yo cruzo y veo esta casa, y veo que entran más de diez personas y digo pero esta casa sí es grande, me acerqué y eso fue lo que me atrajo”, narró.
Seducido por lo que vio, aunque era menor solicitó su entrada al organismo de socorro, ingreso que solo pudo ser posible con la autorización firmada por sus padres. Desde ahí empezó su vínculo con la institución, lazo que con el tiempo se hizo más fuerte.
“Mi mamá todavía cuando me ve me dice ‘la Defensa Civil se hizo dueña de ti’. En el huracán George aun siendo menor de edad, tuve participación muy limitada porque no me dejaban salir a las calles por el nivel de peligro, mi mamá en una ocasión fue, me llevó la ropa y me dijo quédate aquí que esta es tu familia”, recordó.
Carlos Mora es el actual encargado de la Unidad Acuática de la Defensa Civil. Con una hoja de trabajo ejemplar y muchas historias de heroísmo, cuenta que hoy es mejor persona gracias a la experiencia obtenida en su rol como rescatista.
Destacó la importancia de contar con estaciones en los barrios para fomentar en los jóvenes el compromiso social con las comunidades. “La motivación también ayuda a que los jóvenes puedan salir de los ambientes que puedan dañar su integridad como persona y salir incluso de las drogas”, manifestó.
Mora cuenta con varias especialidades dentro de la Defensa Civil. Ha llevado a cabo operaciones complejas como buzo entrenado en rescate de personas y recuperación de cuerpos en inmersión.
Recuerda que en Boca Chica, tuvo la oportunidad de salvarle la vida a un hombre que bajo los efectos del alcohol se sumergió en estas aguas, donde casi muere tras permanecer por seis minutos sumergido. Su experiencia le permite valorar en su justa dimensión la importancia del tiempo en el rescate de personas en circunstancias de alto riesgo, pero también siente el sagrado compromiso de recuperar los cuerpos de las víctimas y entregarlo a sus familiares.
En algunas de sus búsquedas ha tenido que sumergirse en cañadas, ríos y playas sin ningún tipo de visibilidad, solo con sus manos e intuición, muchas veces con éxito, y en otras, tras agotar los protocolos, ha tenido que abandonar la tarea, porque “lastimosamente los cuerpos no aparecen”.
La primera vez que lloró como socorrista
De todas sus experiencias como joven socorrista, lo marcó lo vivido en el terremoto de Haití, del 12 de enero 2010, donde dice se quebró y lloró por primera vez en plena labor tras no poder salvar a una mujer que se encontraba atrapada bajo los escombros de un edificio, debido a que en ese momento se generó una balacera que les obligó a abandona la misión. En ese escenario de desolación y angustia también pudo escuchar las últimas palabras de un compatriota. “En Haití, un dominicano, de Herrera, tenía 33 horas atrapado y tuve la oportunidad de hablar con él, me dijo que era casado, que tenía dos hijos. Él me decía, doctor, ya me van a sacar y lastimosamente diez minutos antes de sacarlo, murió”, dice su relato.