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Que nuestro cuerpo es el hogar de miles de millones de microorganismos ya no es noticia. Casi que tampoco lo es que estos microorganismos son importantes para nuestra salud, para que funcionen nuestros sistemas digestivo, inmunológico y cognitivo.

Sin embargo, sigue causando sorpresa a la comunidad científica reconfirmar cada vez más la importancia que tiene el hecho de que este hogar, nuestro cuerpo, se llene tempranamente de los microorganismos correctos, desde el mismo momento del nacimiento, ya que estos habitantes programarán nuestro sistema inmunológico y determinarán, en gran medida, nuestra salud por mucho tiempo, sobre todo durante la infancia.

Estos microorganismos son los que, de forma colectiva, conforman la microbiota, y aquellos que se encuentran en el tracto intestinal, se denominan microbiota intestinal.

Las herramientas desarrolladas por la ciencia en los últimos 30 años para poblar el intestino con microorganismos benéficos han sido clave para mejorar la salud de bebés nacidos de forma prematura o por cesárea, ofreciendo soluciones a desafíos en la microbiota.

Todos estos microorganismos no se instalan en nuestro cuerpo de forma aleatoria, casual; hay una sucesión de hechos que son claves para que nos colonicen los microorganismos que constituirán una microbiota funcional, sana, activa, que nos ayude en la digestión de los alimentos, en el entrenamiento de nuestro sistema inmunológico (¡el 70% de nuestro sistema inmunológico está en nuestros intestinos!) y así combatir infecciones que se manifiestan como diarreas, gripes, resfríos u otitis, o condiciones que afectan la calidad de vida del bebé y su familia como los cólicos, la constipación, las alergias o la dermatitis atópica.

Existe una combinación, una sucesión, de factores que promueven una microbiota intestinal activa y funcional, y estos son el parto a término, el nacimiento por vía vaginal, el contacto temprano piel a piel con la mamá, que se inicie la lactancia en la “hora sagrada” (la primera hora luego del nacimiento), que se mantenga exclusiva hasta los 6 meses de edad y que se sostenga hasta los dos años, o hasta que la familia lo decida, según las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud.

Otros factores muy importantes son el contacto con el medio ambiente, estar al aire libre, en lugares rodeados de vegetación, exponerse al sol de forma adecuada y perturbar -lo mínimo posible- a la microbiota con antibióticos o antiácidos: sabemos que muchas veces son necesarios, pero también está comprobado que hay una sobreutilización de antibióticos que nos llama a una urgente reflexión.

Sin embargo, muchos bebés nacen de forma prematura, en muchos casos por cesárea, en algunos casos tienen que recibir antibióticos y, en otros, la lactancia materna no está disponible o está limitada.

La ciencia viene observando y estudiando el ecosistema microbiano intestinal y ha desarrollado, en los últimos 30 años, herramientas para poblar, aunque sea atemporalmente, el intestino con microorganismos benéficos o para alimentar a las bacterias que allí residen.

Los ‘bióticos’ son un término bastante nuevo que agrupa a otros más o menos conocidos, como los probióticos, los prebióticos, los sinbióticos y, más recientemente, los postbióticos.

Los probióticos son microorganismos vivos, en su mayoría bacterias, seguros, conocidos, que otorgan efectos benéficos cuando se administran en cantidades adecuadas. Incluso hay probióticos que pueden recibir las mamás con antecedentes de alergias, durante el embarazo, para disminuir la incidencia de alergias en el bebé, o probióticos que ayudan a prevenir o disminuir la incidencia de mastitis, para ayudar así a sostener la lactancia.

Por su parte, los prebióticos son el alimento preferido, selectivo, de los probióticos que habitan en el intestino del bebé. Los sinbióticos son la combinación de probióticos y prebióticos, y los postbióticos son microorganismos vivos o no viables, y otros componentes específicos que estimulan el crecimiento de las bacterias residentes en el intestino del bebé.

Los postbióticos, combinados con prebióticos y agregados a ciertas fórmulas infantiles, demostraron la capacidad de actuar sobre la composición y función de la microbiota intestinal del bebé y de disminuir los cólicos del lactante, analizados en estudios clínicos internacionales. Los postbióticos tienen restos de bifidobacterias, que son el principal grupo microbiano en el intestino de los bebés sanos y que hoy se conoce que impactan y educan el sistema inmune durante los primeros 1000 días.

Más allá de los avances de la ciencia, nunca olvidemos que la leche materna es la fuente más rica, diversa y dinámica de todos los bióticos posibles, pero cuando la lactancia no es posible, no es suficiente o no es deseada, las fórmulas infantiles con probióticos, prebióticos, sinbióticos y postbióticos pueden hacer una gran diferencia respecto de los productos que se encontraban disponibles hace 20 o 30 años.

Dicho todo esto, la incorporación de probióticos en la alimentación no se circunscribe a las primeras etapas de la vida. Muy por el contrario, están demostrados los beneficios que estos aportan durante toda la vida.

Uno de los caminos más sencillos para sumarlos en la dieta es ingiriendo con frecuencia alimentos como los yogures, aquellos que tienen específicamente agregado de probióticos. El yogur es de por sí un alimento fermentado, pero los probióticos adicionados son los que potencian el impacto positivo en la modulación de la microbiota aportando beneficios digestivos e inmunológicos, entre otros, y sumados a, por ejemplo, los beneficios óseos que aporta el calcio presente en el yogur.

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