Añoranzas de tiempos idos (1)

La nostalgia parece ser el lugar donde anidan los sentimientos; manantial y alimento de recuerdos del tiempo pasado; añoranzas de espacios lejanos, que adquieren vida al recrearlos dentro de nosotros mismos. Percepciones absolutamente…

La nostalgia parece ser el lugar donde anidan los sentimientos; manantial y alimento de recuerdos del tiempo pasado; añoranzas de espacios lejanos, que adquieren vida al recrearlos dentro de nosotros mismos.

Percepciones absolutamente personales que reflejan la forma como vimos lugares, personas, acontecimientos y expresiones, como testigos de excepción, que el crisol del tiempo coció y le dio forma final, nuestra exclusiva, propia y única forma, como recuerdos indelebles, tesoros del alma.

El barrio, la calle, la casa, son espacios, escenarios y dimensiones de niño agigantadas, donde las telarañas tejieron recuerdos, sobre todo los que pertenecen a la primera infancia, zona sobreprotegida por padres y cercanos, que delinearon el andamiaje cultural, las costumbres y principios que absorbimos con el ejemplo, la prédica y nalgadas oportunas, que corrigieron tendencias, inclinaciones o influencias, dentro del esquema moral de entonces. Personajes que son recuerdos borrosos de esa infancia lejana; unos con nombres, otros anónimos, que solo podemos ubicar en el lugar que ocupan en esas añoranzas coloridas.

El ventorrillo donde se encontraban víveres, frutas, menudencias, carbón por latas y “ga” por media botella, miel de abejas y velas, escobas de guano.

En los mejores, “gofio con premio”, jalea de batata, “malarabia”, “jalao” y melaza. 

El colmado de la esquina, lugar de encuentro de mayores, sirvientas y la muchachada que hacía “mandados”, comprando una cuarta de aceite, “do chele de salsa y 3 de petisalé”, compras que aseguraban “ñapa” en sábado, día de reclamos al banilejo de chancletas de madera.

No entendíamos entonces, que era un premio a la fidelidad, inteligente mercadeo artesanal, manera de asegurarse el comerciante, que no íbamos al colmado de la otra esquina.

Eran tiempos de bicicletas de “canasto”, práctico artefacto de transporte con “burro,  que permitía dar “servicio a domicilio”, viajes cercanos para llevar “compras” más voluminosas que a las que las precariedades obligaban.

Tiempo de la televisión en blanco y negro que la muchachada disfrutaba en casas privilegiadas que podían adquirir el artefacto de mueble grande y pantalla chica, con  programas que terminaban irremisiblemente a las 9 p.m. de lunes a viernes y a las 10 sábados y domingos.

Muñequitos del Gato Félix, otros de un Mickey Mouse primitivo; Boston Blackie y su perro Whitey, Rin tin tin, perro que casi hablaba y héroe de toda aventura; Cisco Kid, Wayat Earp, en rememoranzas del personaje verdadero, y su canción que terminaba… de nuevo el decoro, en Kansas volvió a renacer”. Muchos otros programas vienen a la memoria, en infinito desfile de episodios y personajes, de besos secos y finales felices, donde siempre ganaba el bien. l

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