Aquella estirpe empresarial

Aquel 16 de mayo de 1978 el pueblo se pasó el día sufragando copiosamente.Cumplía el deber cívico frente a un atemorizante zafarrancho militar de soldados alrededor de los centros de votación, con pañuelos colorados colgando de los cañones de&#8230

Aquel 16 de mayo de 1978 el pueblo se pasó el día sufragando copiosamente.
Cumplía el deber cívico frente a un atemorizante zafarrancho militar de soldados alrededor de los centros de votación, con pañuelos colorados colgando de los cañones de sus fusiles.Al cerrar las urnas se sabía que el pueblo había votado por el cambio que encarnaba Antonio Guzmán, frente a un modelo económico, social y político agotado.

La gente se guareció en sus casas tan pronto culminó el proceso electoral.
Pasada la hora de empezar los boletines electorales, trascendió que los militares habían interrumpido el conteo de votos y estaban en posesión de las instalaciones de la Junta Central Electoral.

Por las desoladas calles apenas circulaban patrullas militares que ocasionalmente disparaban ráfagas de tiros sobre las cabezas de curiosos que osaban juntarse en las esquinas.

Se decía de boca en boca y por los teléfonos que en desconocimiento del sufragio popular, el gobierno de Balaguer se había dado un autogolpe.

Al día siguiente estábamos bajo estricto control militar. Las pocas radioemisoras y canales de tv en el aire transmitían programaciones especiales, sin incluir noticias.

Se daba cuenta de que Balaguer se había encerrado en Palacio y sólo mantenía contacto con sus asistentes más cercanos, y se negaba a tomar el teléfono a presidentes de países democráticos.

También trascendió que dejó plantado al embajador norteamericano, Robert Yost, quien tras varias horas de espera en la casa del mandatario hubo de marcharse sin verlo.

Al segundo día del autogolpe, la Asociación para el Desarrollo de Santiago quebró el silencio y el miedo con la proclama ¡Respeto a la Voluntad Popular!
Por ahí se fue el país, hasta que Balaguer y los militares tuvieron que reconocer que había llegado la hora del cambio.

Aquella estirpe de líderes empresariales había trazado la línea a todo el país en un momento crucial. Espantaron el miedo de todos y mostraron su independencia frente al gobierno y su intentona autogolpista.

¿Eran aquellos dirigentes empresariales unos sacrificados adalides de la democracia? No lo creo.

Sólo asumieron que el respeto a la regla democrática, contener la concentración de poder y darle un corte a la ambición continuista podrida en corrupción, era el mejor ambiente para sus empresas.

Actuaron en consecuencia, y salvaron un momento estelar de la azarosa vida democrática criolla.

Pero la pasta de aquella estirpe de capitanes de empresa dio para más.
Entendieron temprano que el mejor negocio del empresariado es vislumbrar el futuro sin amarrarse a las ambiciones coyunturales y grupales de políticos cuyo horizonte no rebasa el ámbito de sus intereses personales y de grupo.

Por eso no sólo dieron el paso al frente en aquella coyuntura sino que antes habían impulsado la creación de la primera gran universidad privada, un centro de especialización técnica agropecuaria, el primer gran banco nacional privado y otras entidades que serían parte de la plataforma que mantiene en pujante crecimiento económico al país desde hace más de 50 años.

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