Avancemos, pero con la emergencia puesta

Creo que a los hombres siempre nos ha motivado un impulso adquisitivo. Este deseo es particularmente  acentuado en nuestra sociedad moderna, por…

Creo que a los hombres siempre nos ha motivado un impulso adquisitivo. Este deseo es particularmente  acentuado en nuestra sociedad moderna, por la gran diversidad de bienes que se promocionan casi de manera instantánea, debido a la velocidad de las comunicaciones.

Este impulso, como tantas otras cosas hoy en día, se ha globalizado. Una de las experiencias más memorables de un viaje de mi esposa y mío por la China Pos-Maoísta fue constatar un desenfreno consumista, nada comunista, sobre todo en la vibrante ciudad de Shanghai. Yo le expresé a uno de nuestros guías, apoyándome en la confianza que brinda una interacción diaria, que notaba que en China  habían cambiado a Confucio por confusion, en inglés, o sea confusión.

Observando la vida desde la perspectiva de un hombre maduro, que tiene el privilegio de mirar hacia atrás y de tener cierta posibilidad de mirar hacia adelante, pienso que la mayoría de los fracasos de aquellos que cuando jóvenes tenían  un potencial extraordinario de éxito se debió a una ambición desmedida por poseer cosas. Este deseo tiene la semilla de la insatisfacción, que lleva a los hombres a tomar riesgos imprudentes o a cruzar ciertas líneas que finalmente le hacen daño a ellos y a los que les rodean.

Aristóteles, el mas práctico de los grandes filósofos griegos, argumentó que la adquisición de riquezas debía ser un medio y nunca un fin en sí mismo. Estas son palabras sabias.

Aristóteles, quien se casó con una mujer de familia pudiente, sabía que la holgura económica mejoraba la capacidad de vivir y disfrutar la vida. Es decir, tener medios económicos suficientes para enfrentar la vida con un grado de dignidad e independencia es algo deseable.

Sin embargo, de forma particular consideró que las cosas, lo material, no hacen al hombre. Uno vale por lo que uno es y no por las cosas externas al individuo que uno pudiera poseer.

Hace unos años visité a don Bebecito Martínez en su casa. Aquel hombre, que había pasado gran parte de su vida cerca del poder, estaba sentado tranquilamente disfrutando de un juego de los Medias Rojas.

No tardó mucho en decirme, con la autoridad de hablarle a un hombre bastante más joven: “Heme aquí en un retiro tranquilo, después de haber vivido por décadas a la sombra del poder y al borde del precipicio. Pero siempre anduve con la emergencia puesta”. O sea, con un sabio autocontrol.

Avancemos pues con ese autocontrol y lograremos tener esa tranquilidad que nos hará sentir afortunados en el momento de nuestro retiro, luego de muchos años de trabajo, ya sea lejos o cercan de los placeres y peligros del poder.

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