En un baño de naturaleza criolla

Con sentido de libertad propio de animal “de monte”, rodeado del verde matizado de las Lomas de Constanza, compitiendo con el limpio azul del cielo, “decorado” de nubes de blanco brillante con manchas grises, caprichosas formas  y definidos&#8230

Con sentido de libertad propio de animal “de monte”, rodeado del verde matizado de las Lomas de Constanza, compitiendo con el limpio azul del cielo, “decorado” de nubes de blanco brillante con manchas grises, caprichosas formas  y definidos bordes, que estimulan la imaginación, en un claro día de aire limpio y naturaleza viva.

Aprovechando los espacios de un “ fin de semana largo”, sacando ventaja del ambiente de catedral de silencio y la comunión con la naturaleza, cuando hay conciencia de que uno es el sujeto extraño en el ambiente natural.

Con temperaturas que la sombra permite disfrutar, en definido contraste con la mayoría del territorio nacional, se deleita el cuerpo, ajeno a la sofocación propia de lo urbano, del pegajoso calor del agosto dominicano, lejos de las presiones del tránsito vehicular y el bullicio del ambiente criollo.

En motivante contraste, el  clásico sonido del silencio, interrumpido solo por ráfagas de viento que hacen sonar las agujas del abundante pino, en una estampa más propia de países templados que del candente trópico, que apenas unos kilómetros en todas direcciones, calcina con un sol rabioso de verano antillano.

Bandadas de pericos criollos salpican su escandaloso vuelo, como payasos verdes de cabeza y pico grande.  Casi en el extremo oeste, se expande lo urbano con prisas y voracidad de adolescente, en rápido crecimiento, matizando con contrastes sociales lo que fue una aldea remota y hoy puja por ser población de importancia económica y turística.

Diversos tonos de verde, entre un inmenso tablero de caprichosas formas de propiedades, intercalados entre límites de “parcelas” de intensa producción de elementos propios de otras latitudes, en febril actividad que no cesa. Agua que fluye, que brota, que corre, actuando como mano mágica que hace parir la tierra,  en ordenadas hileras de plantas diversas.

Entre estos los modernos invernaderos, técnica prometedora de alivios a las veleidades climáticas, entre casitas y “almacenes” que como enorme  árbol  de Navidad, salpican de  colorido y humanidad esas explotaciones agrícolas. Constanza, valle encantado del corazón de la cordillera Central, monumento al fatigante trabajo agrícola, zona de hombres hermosos y mujeres bellas, herederos de un crisol de razas diversas.

Largas cicatrices marcan las montañas que sirven de límite al valle, como eternos recuerdos de excesos humanos, que explotaron sus bosques hasta el agotamiento y que la naturaleza intenta recuperar con la ayuda de algunos pocos y con la conciencia creciente de muchos.

Desde mis alturas tengo el privilegio de admirar también  los espacios del hermoso  Valle de Tireo, de menor amplitud pero de afanes no menos arduos, de gente cálida y laboriosa, de vida intensa, con juventudes en busca de futuros y afanes para mejorar presentes. l

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