La administración del presidente Danilo Medina dejó sin aliento a medio país con su paquete fiscal. La realidad es que nadie esperaba una propuesta tan atrevida, que afecta directamente el consumo y dramáticamente a una amplia gama de alimentos.
Ni siquiera legisladores danilistas pudieron ocultar el asombro. Es una propuesta desmedida en lo que tiene que ver con los alimentos, al extremo de que en algunos casos los impuestos nunca podrían ser recaudados. Hay quienes ayer decían que se llega al ridículo cuando se incluyen los pastelitos, los quipes, las empanadas, el gofio, la arepa dulce y salada, el pan de leche, sal en grano y ¡hasta el friquitaqui! Eso parece una broma que se torna pesada si vemos los gravámenes progresivos al trigo y la avena, la carne molida, carnes de aves, incluido el “pollo vivo”, masa y chuleta de cerdo, pescado fileteado, jamones, arenque, bacalao, yogur natural, aceites, margarina, mantequilla, azúcares, helados, chocolate en barra, garbanzos, habas y lentejas, sales, café, agua mineral, hielo… Quienes tienen valores a plazos fijos, que serían gravados con un diez por ciento, preferirían retirarlos para compensar los gastos en alimentos. Los más pobres olerán donde se guisa.
Todo para cubrir el hoyo fiscal y generar recursos para los diferentes programas del gobierno, pero tememos que el impacto en la economía de la gente pudiera estimular niveles de insatisfacción social si el gobierno no mejora la prestación de servicios. Eso sería riesgoso para la gobernabilidad en un país donde la inseguridad es una materia en la cual el gobierno no presenta buenas credenciales.
De todas formas, estamos ante una propuesta del gobierno. Si suponemos que vivimos en una democracia, la misma será discutida en el Congreso, que aunque es en mayoría obediente al Poder Ejecutivo, sus miembros no deben ser insensibles a los intereses de los electores.
Y no es que el gobierno no obtenga los recursos, pero debe afinar mejor la puntería y no agregar más cargas a la carreta que arrastran los dominicanos.
