Como alumbrando nuevos despertares

Hay ahora en el aire señales de que el criollo, y la criolla, están desinquietos. Que su idiosincrasia está siendo poseída por una ansiedad, una prisa, un darle pa´llá a todo que amerita atención, o por lo menos observación, registro. Esa…

Hay ahora en el aire señales de que el criollo, y la criolla, están desinquietos. Que su idiosincrasia está siendo poseída por una ansiedad, una prisa, un darle pa´llá a todo que amerita atención, o por lo menos observación, registro. Esa ansiedad colectiva, sabemos, anidan en factores históricos, estructurales, que agitan y ponen su carga de inseguridad, crispaciones y hasta turbulencia en la mentalidad del criollo. Ya historiadores y otros especialistas han estudiado el tema, abordándolo desde sus raíces económicas, sociológicas, sicológicas y políticas. Pero hay ahora un fenómeno de coyuntura que se manifiesta en un destape, un desacato a toda norma y valores que tiende a generalizarse mientras no se observa un hermano mayor que vele porque todos cumplamos y hagamos cumplir la norma. El problema central es precisamente el vacío de autoridad, la ausencia de referentes por parte de quienes no se comportan a la altura de sus elevadas responsabilidades.

Hay pocos paradigmas trascendentes a la vista. No es extraño entonces que cualquier expresión del banal pragmatismo que nos arropa ostente las distinciones que debían quedar reservadas a patricios o simple gente de bien. La Constitución y las leyes, que debieran ser guía, han devenido en hojas secas, letra muerta que se aplica sólo para hacer valer la ley de los más fuertes, los más poderosos. De ahí entonces el descalabro y el descrédito del llamado poder judicial, convertido en un mercado al servicio de los mejores postores. La ausencia total de recato y comedimiento por parte de los diputados y senadores, con un Congreso Nacional que se ríe en la cara de los que les pagamos su inefectividad, la feria de conveniencias que son, que se burlan de los contribuyentes desde las ñapas de barrilitos y cofrecitos en los que se reparten de manera ilegal y abusiva el dinero que les tributamos. Vemos entonces a los guardianes del orden, la paz y la seguridad operando al servicio del crimen institucional, y del de las calles. Y, claro, a los vecinos de distintos puntos del país tomando la justicia en sus manos, linchando a pedradas, palos, tiros y cuchilladas a delincuentes y violadores, y a veces a supuestos delincuentes y violadores. Son apenas pasajes del cuadro de descomposición y desorden institucionalizado por el poder político y quienes comparten con ese poder el control del descontrol que nos gastamos. El caos, la anarquía, la mentira y la simulación han sentado reales en el país. La situación se parece cada vez más a la coyuntura de 1978, cuando enfrentando a todo tipo de poderes el pueblo de abrió paso y rompió el cascarón opresivo que lo asfixiaba. Estos son otros tiempos y otros espacios. Pero la incertidumbre y la ansiedad que desinquietan al criollo son los mismos. Como si estuviéramos alumbrando nuevos despertares.

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