La violencia, y con ella la inseguridad, nos preocupa a todos. Con razón, no podía estar ausente en las plegarias, un día como ayer, 21 de enero, cuando en el país se alaba con mayor fervor a la Virgen de la Altagracia, protectora del pueblo dominicano.
Las voces se aunaron para clamar y rogar por las garantías mínimas que nos permitan vivir en paz. Sin embargo, una palabra pareció clave: fe. El país, todos sus habitantes, necesitan de la fe para encarar los grandes problemas.
Va en consonancia con la proclamación del Papa Benedicto XVI del 2013 como el Año de la fe, que cobra cada vez más importancia en la vida de los seres humanos, más allá de la fe que nos profesamos los hombres y las mujeres, la fe como forma de vida que encarna Jesús.
Desde esa perspectiva, la Iglesia se pregunta: “¿Cómo hacer frente, desde la fe, al deterioro familiar, a la delincuencia, a la inseguridad, al narcotráfico, a la criminalidad galopante, a la corrupción pública y privada, al incremento de los juegos de azar y de las bebidas alcohólicas, a la mentalidad individualista, al afán de tener a como dé lugar, a la búsqueda del dinero fácil y al consumismo?”
La Iglesia propone “volver la mirada a Dios que nos regala la fe como un don, fe que nos empuja hacia la búsqueda y vivencia de actitudes que consolidan la convivencia familiar, dando solidez a la familia, base de la sociedad e iglesia doméstica”.
Esa fe, aunada con un esfuerzo serio de las autoridades para estimular la confianza en los gobernados, podría contribuir a ese clima que tanto desean los buenos dominicanos.
Ayer, en las celebraciones en la Basílica de Higüey, el presidente Danilo Medina fue perceptivo al llamado de la Iglesia. Reafirmó su compromiso en la búsqueda de la paz social. Está persuadido de que trabajando para disminuir las desigualdades, propicia la cohesión familiar y social. Con fe, podemos lograrlo.
