La tragedia que ayer estremeció a Denver, Colorado, Estados Unidos, también conmovió aquí. Tantas víctimas inocentes, 12 personas asesinadas y 50 heridas, que sólo buscaban distraerse.
Un cuadro de horror que no es nuevo en la vida de ese país. El 20 de abril de 1999 en la escuela Columbine High School de ese estado, los estudiantes Eric Harris, de 18 años, y Dylan Klebold, de 17, mataron a tiros a 13 personas e hirieron a 26 para luego suicidarse en la biblioteca de la escuela en el suburbio Littleton de Denver, en Aurora.
El presidente Barack Obama ha decretado duelo por las víctimas de la masacre en el estreno de “The Dark Knight Rises”, la última producción de Batman que tanto aloca a la muchachada y todo público. Todavía las autoridades están tratando de determinar qué motivó a un joven de 24 años, calificado profesionalmente, a disparar a la gente que esperaba la película.
El lamentable caso obliga a reflexionar sobre el impacto de los contenidos que se emiten por los medios electrónicos, los cuales no están necesariamente asociados a la tragedia. Pero hay que decir que el grueso de la creación cinematográfica norteamericana de hoy y de tiempos no muy recientes tiene demasiado contenido violento.
Y es una pena. Con frecuencia hay quienes preguntan hasta dónde la violencia del cine de EEUU se relaciona con la cotidianidad. Si las historias que cuentan reflejan la vida de ese país. Por momentos nos resistimos a creerlo. Pero es tan grande la saturación del género en la pantalla chica como en el cine, que de una u otra forma tiene que afectar la vida de las personas.
De modo que la violencia que conocemos, incluso localmente, no sólo se vincula con la amarga realidad, sino a estímulos que pueden venir en los enlatados de sangre y dolor.
Lo de Denver, Colorado, nos obliga a compartir reflexiones, sinceramente conmovidos.
