La Copa vuelve a América

A menos de dos semanas para que dé comienzo el Mundial de Brasil 2014 la pecosa se prepara para rodar y con ella todo un mundo. Le espera un Brasil polarizado; por un lado protestando los millones inyectados al evento y pidiendo inversiones al sector&#82

A menos de dos semanas para que dé comienzo el Mundial de Brasil 2014 la pecosa se prepara para rodar y con ella todo un mundo. Le espera un Brasil polarizado; por un lado protestando los millones inyectados al evento y pidiendo inversiones al sector público para pacificar la situación social; por el otro, sabiéndose apasionado por el deporte que tantas veces los ha proclamado reyes y ansiando la oportunidad de exorcizar el fantasma deportivo más doloroso de su historia: el Maracanazo, uno de los resultados más sorpresivos de la historia del fútbol mundial.
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Permítanme enmarcarles un poco la narrativa. Tres y media de la tarde en Río de Janeiro, año 1950; final del Campeonato Mundial de Fútbol: Brasil contra Uruguay. En el Estadio Maracaná, recién estrenado, no cabe un alfiler. Brasil llegaba a la final tras golear a España y Suecia; tal había sido su superioridad a lo largo de aquel torneo que un simple empate le bastaba para proclamarse campeón.

El país se preparaba para una fiesta. Uruguay, la otra cara de la moneda, había superado a Suecia por un gol y no pasó del empate contra los españoles. Dice la leyenda -hay muchísimas-, que un dirigente uruguayo sintió la necesidad de detener a los once celestes antes de salir al campo para decirles: ‘Traten de perder por poco. Intenten no comerse más de cuatro.’
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A muchos les pareció un estorbo que ese primer tiempo terminara 0-0. Desde los dueños de periódicos que ya tenían impresas las ediciones del día próximo con ‘¡Brasil Campeón!’ en la tapa, hasta la banda de música que se suponía tocaría el himno del ganador y que, sin embargo, ni siquiera tenía a mano la partitura del himno uruguayo. ¿Para qué? Empezado el segundo tiempo, Friaca ponía a Brasil 1-0 y el presente se montaba nuevamente sobre los rieles del destino. O por lo menos eso pensaron muchos.

La primera respuesta a aquel ‘¿Para qué?’ la puso Schiaffino; después, a nueve minutos del final, Ghiggia la completó con un gol imposible que silenció a todo un país y, al hacerlo, nos confirmó esa lección que lo periodistas y los músicos mencionados allá arriba terminaron aprendiendo a la mala: la pelota es redonda y no cuadrada. 

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